LOS REPORTEROS SE TROMPICABAN Y AMLO PARECÍA QUE LEVITABA

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Los reporteros se arremolinaron –casi casi respirándose en la nuca- en la puerta izquierda de salida de nuestro aeropuerto. Esperan con ansiedad encontrarse con López Obrador, que venía sin escoltas que resguardaran su integridad; además no había cordones que separaran a la “plebe” del prócer de Macuspana y no había y no hubo nada ni nadie que pusiera orden en la improvisada sala de espera. Cuando salió por una puerta contigua –como queriendo despistarlos- la prensa en virtual estampida, donde algunos cayeron por falta de reflejos, se cambiaron a la puerta derecha y se le echaron encima, no sin hacerle un coro desafinado: “Es un honor estar con Obrador…”

Era un “timulto de aprontados”, como le gustaba decir a mi querida abuela cuando mataban cochi en el rancho y la gente se arrejolaba alrededor del matancero. Los periodistas le preguntaban y le preguntaron questo, que lotro, que aquello y más. Las preguntas se entrecruzaban, se superponían, se trompicaban, se confundían; se hacían un mazacote, de hacían un verdadero margallate. Y lo peor de lo peor fue que las preguntas se las hicieron tan cerquita que intercambiaban su aliento reporteril con su aliento con olor a Colgate. López Obrador respondió lo que pudo contestar en ese orden tan desordenado, y empezó a caminar como si levitara: sereno, humilde, risueño y con la frente viendo al horizonte, como preguntándole qué demonios le depararía su guerra contra los huachiculeros.

Nunca había visto a un presidente que arribara en un avión comercial y menos aún que la ciudad no estuviera tomada siete días antes de su llegada, pero también me impresionó que no trajera corbata ni traje, esa vestimenta que se ponen todos los días los de la prensa fifí. Y si no se fotografiara todos los días, podría pasar desapercibido, pues anda como un hombre común y silvestre, vestido y alborotado como un paisano del sureste. Bien por López Obrador. Dejad que los niños se acerquen a él; pero no tanto, porque hay muchos que lo malquieren y podrían darle un sofoco. Dios no lo quiera, pero una noche estrellada el señor le dijo: “Ayúdate que yo te ayudaré”.

 

https://youtu.be/MEjI4Auuocg