En todo el país se advertía: a este hombre lo van a matar
— Capítulo I—
Seguramente ningún candidato oficial sufrió tanto como Luis Donaldo Colosio, quien tuvo en Sinaloa los momentos más felices de su campaña, justo en vísperas de su asesinato.
El 22 de marzo de 1994, Colosio llegó al aeropuerto de Mazatlán en un vuelo comercial, contradiciendo a los usos y costumbres, que imponían aviones privados, y en franco retó al rumor que corría por el país: “lo van a matar”.
-Ay qué susto cuando vi a este hombre en el mismo vuelo que yo, dijo voz en cuello una joven pasajera mientras recibía los primeros abrazos de bienvenida. Yo no sé por qué hacen eso ¿no se dan cuenta del peligro en que nos ponen si alguien quiere hacerle algo?
¿Qué hacía creer que pudieran matarlo?
Luis Donaldo Colosio era el evidente favorito del presidente Carlos Salinas de Gortari, hombre poderoso que controló al país a su antojo, a pesar que seis años antes el escándalo del fraude amenazó con descarrilar la vida institucional de México.
Aún con ese poder, Salinas pasó apuros para afincar su decisión.
El primero de enero de ese año estalló en Chiapas la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Su líder, el subcomandante Marcos, desplazó a los candidatos y aspirantes presidenciales de todos los partidos, señaladamente el propio Colosio, Cuauhtémoc Cárdenas en su segundo interno, y Diego Fernández de Cevallos por el PAN.
En el PRI, Manuel Camacho Solís se negaba primero a ser secretario de Relaciones Exteriores porque no renunciaba a ser candidato, y después consiguió que se le designara Comisionado para La Paz ante los zapatistas, y lo más importante: logró que el puesto fuese honorífico, así que al no ser empleado del gobierno, cumplía con un requisito principal para ser postulado a la Presidencia de la República.
Pero sobre todo, al conmemorar el aniversario del PRI, Colosio lanzó un impactante discurso que sacudió al país.
La denuncia de agravios contra la sociedad, de abusos gubernamentales y de desigualdades indignantes fue tomada como un ideario personal, pero sobre todo como una rebelión al poder establecido, el de su jefe Carlos Salinas de Gortari.
Tiempos canallas se instalaban en nuestro territorio.
LAS VÍSPERAS DE COLOSIO
-Pues primero déjenme llegar chingao
— Capítulo II —
El aeropuerto Internacional Rafael Buelna hervía. Pasajeros de llegada y de salida se confundían con periodistas y políticos impacientes por el arribo de Luis Donaldo Colosio. El 22 de marzo estaba dedicado íntegro a hacer campaña en Sinaloa.
Una inmensa caravana de vehículos cubrió el trayecto del aeropuerto a la Glorieta Sánchez Taboada, en el malecón mazatleco. Evadiendo a su comitiva local y nacional, Colosio. Bajó a la explanada y zigzagueó entre la gente para saludar de mano a los asistentes. El Estado Mayor hacía esfuerzos por rodearlo, pero él mismo se escapaba. De pronto se vio encapsulado por jóvenes de aspecto lúmpen que lo llevaban casi en el aire, al centro de una pequeña multitud compacta, que arremangaba con todo.
¿Y estos quiénes son, preguntó a gritos. Son mis ángeles que te van a cuidar, respondió María Elena Gómez, líder colona, invasora para más señas, que conocía bien a Colosio. -No güerita. Páralos, diles que me dejen estar con la gente y que me esperen en la orilla. Con una seña de la Güera, el grupo se dispersó.
Colosio llegó al templete y con el hermoso azul turquesa del mar mazatleco, se comprometió a resolver los problemas más urgentes, como empleo, seguridad, infraestructura…
El segundo evento en Mazatlán no venía en las andas oficiales, pero ya estaba organizado. Se trataba de una visita a una colonia del Estero del Infiernillo. Un verdadero río de piedras por el que apenas podían transitar las camionetas blazers en que el candidato priísta se movía por todo el país.
El licenciado Colosio te invita a que lo acompañes en su vehículo de regreso al aeropuerto, me dijo un enviado al que siguieron otros seis o siete políticos ansiosos de ser portadores de la noticia.
Mientras Colosio recorría la clle pedregosa y escuchaba a colonos damnificados por todo tipo de males, el general Domiro García Reyes, jefe del equipo de seguridad, me llevó hasta la blazer, me paró en la puerta del copiloto y me instruyó para que subiera en cuanto lo hiciese el candidato. Apenas se fue, apareció Ramiro Pineda, encargado de prensa, quien venía a instalar a Fernando Zepeda, recomendado por él colega José Quintero, quien venía en el grupo nacional. Fue una nueva falla en seguridad. La mecánica indicaba que Colosio se iba solo con el periodista seleccionado, pero por confusión Pineda le metió un gol a Domiro. Al final viajamos los cinco.
El vehículo tuvo que recorrer toda la calle para dar vuelta en U y enfilar al aeropuerto. Al llegar a la parte alta, justo donde daba la vuelta, al candidato le llamó la atención un pedazo de lámina que con letra apretujada hacía las veces de pancarta “hasta cuando -leyó- vamos a aguantar el abandono y las malas condiciones para nuestras familias… ¡Pos primero déjenme llegar, chingao!”
Colosio habló de todo. De su discurso del seis de marzo, de las principales necesidades de Mazatlán, de su industria turística, del evidente dolor que le generaba el mal trato de la prensa a su campaña. Mi campaña es alegre, concurrida, hay música, no veo de dónde sacan eso de que “no prende”. Cuando Zepeda le preguntó sobre el riesgo de que lo bajaran de la candidatura francamente se rió, volteó. hacia mí y dijo -mira nomás lo que pregunta este cabrón.
Pero hasta ese torzón quedó olvidado. En ese momento le entró una llamada para informarle que Manuel Camacho Solís daba una conferencia de prensa para declinar a cualquier posible candidatura. Sin mucha convicción, minutos atrás se había referido a Camacho como “un cuate a todo dar”. Pero tras el telefonazo (ya cercanos al aeropuerto) su semblante fue de felicidad, su conversación fue exultante.
La parte de Culiacán también salió a pedir de boca. Las cadenas humanas eran casi continuas entre la salida del Hotel Executivo y el lejano Parque Culiacán 87 (hoy Ernesto Millán Escalante), donde el sector campesino sinaloense hizo gala del músculo que llegó a tener.
Por la noche otra vez en el Executivo, lo vimos pasar agotado y feliz. Todavía acudió a una cenas de parejas donde las señoras le preguntaron por Diana Laura. -quería venir, pero alguien tenía que quedarse en la casa, para ver por las tareas de los hijos; para la próxima sí venimos los dos, prometió. Ignorábamos que ya estaba en marcha el drama de la enfermedad mortal. Diana Laura alcanzó a enterrar a Colosio, pero murió ocho meses después.
LAS VÍSPERAS DE COLOSIO
Hacia la muerte en dos escalas
Derivaciones de la tragedia
—Capítulo III y último—
Ese día 23 de marzo (miércoles) Colosio se levantó temprano a hacer ejercicio. Recorrió a trote varias calles de Culiacán, acompañado de amigos y colados. Apenas desayunó y se fue al aeropuerto rumbo a La Paz.
Aquí quedó la clase política del PRI delirando por su cercanía al candidato, con el futuro promisorio. Aquí se relanzó la campaña y eso cuenta, decían.
De La Paz, Colosio fue a Tijuana donde tenía programado un acto en la colonia Lomas Taurinas. Para las cinco de la tarde el evento había terminado y el hombre se internó en la multitud. Doce minutos después estaba sobre el piso, con un balazo en la cabeza.
Durante horas se nos mantuvo en vilo, sin saber si vivía o moría, hasta que la reportera mazatleca Elia Manjarrez, corresponsal de Televisa en Tijuana, descubrió a una doctora saliendo apresuradamente. La señora era parte del equipo médico al cargo y ya se retiraba porque el asunto estaba concluido, pero no tenía permitido decirlo, así que sólo pudo llorar ante las cámaras.
Dos horas después salió el vocero Liébano Sáinz a hacer el anuncio.
¿Quién mató a Colosio? Mario Aburto Martínez, dijo la Procuraduría General de la República. Carlos Salinas, sentenció la vox populi.
Años después el abogado mazatleco Diego Valadés, titular de la PGR al momento del crimen, comentó que estaba tranquilo con el resultado. Él estuvo a cargo por unos cuantos días, y sin embargo, tres fiscales especiales después, investigaciones desarrolladas a fondo y con muchos recursos, la conclusión seguía siendo la misma: fue Aburto, a quien Valadés dejó encarcelado.
El gran periodista Julio Scherer García escribió en su libro Estos años, que interrogó insistentemente a Colosio sobre el discurso del seis de marzo, especialmente el detalle de si el presidente Salinas conoció el documento antes de ser leído en público. La respuesta fue negativa. “Espero que me comprenda”.
El escritor sinaloense Elmer Mendoza recogió las versiones del complot y los pasos de Colosio en Sinaloa durante sus últimos días. Un asesino solitario se llama, y es una gran novela.
Por cierto que durante la presentación de un libro, Elmer, quien no es dado a hablar de política, platicó el chiste en que el presidente Salinas es avisado de la desgracia:
Se acerca un ordenanza del Estado Mayor Presidencial con cara y tono de gravedad a decirle -Señor, han atentado contra el licenciado Colosio.
Salinas interrumpe la partida de ajedrez, consulta su Patec Philippe y pregunta confundido ¿cómo? ¿Es que ya son las cinco de la tarde en Tijuana?