Ángela Peralta era la máxima estrella mundial de la música. La soprano había triunfado en el mundo y al venir a Mazatlán, aquel 29 de agosto de 1883, generaba una gran alegría entre la gente de la localidad. Alegría que se hizo humo al día siguiente, cuando estalló la epidemia de la fiebre amarilla, que viajaba en el mismo barco que la diva.
Doña María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera –su nombre completo-, era una mujer poco agraciada de facciones, pero de un talento vocal tan increíble, que en Italia la denominaron “Ángelica di voce e di nome”, es decir, Ángel de voz y de nombre, voz que los mazatlecos apenas alcanzaron a conocer.
En el barco que la traía del interior del Golfo de California, venía una persona contagiada con la temible fiebre amarilla, que hacía estragos en todo el país. Tratándose de la compañía de ópera que todos esperaban, las autoridades portuarias no aplicaron la cuarentena de rigor, dejaron pase abierto y dejaron que la alegría se desbordara en primera instancia… Como en otros puertos, jóvenes de la mejor sociedad desengancharon los caballos y ellos mismos jalaron el carruaje que la llevó al Hotel Iturbide, el mejor de la ciudad, ubicado frente a la Plazuela Machado.
La Diva agradeció la recepción entusiasta y multitudinaria saliendo a su balcón. Algunos historiadores dicen que interpretó ahí un fragmento de La Paloma, aunque no hay una relatoría formal que acredite el hecho. Al día siguiente amaneció enferma, como la mitad de su compañía operística. Esa misma mañana del 30 de agosto falleció en la habitación 10, la mejor del hotel.
Cuenta la leyenda que el apoderado, de nombre Julián Montiel y Duarte, organizó su propia boda con la cantante, “en artículo mortis”, pero corrió la versión de que en realidad, cuando el juez de paz, Cecilio Ocón le preguntó si aceptaba el enlace, la diva ya había muerto, sólo que uno de los actores de la compañía, de apellido Montiel, la sostenía de la espalda y le movió la cabeza en señal de aceptación.
Mientras tanto, la fiebre amarilla se había dispersado por toda la ciudad. Las autoridades sólo pudieron organizar una rápida recolección de los cadáveres y enterrarlos en fosas comunes, en el panteón que luego llevó el nombre del Ruiseñor Mexicano: Ángela Peralta. Fueron más de dos mil muertos víctimas de la cantante que trajo la muerte, en un episodio de nuestra historia que detalla el cronista de Mazatlán, Enrique Vega Ayala para usted, en una producción de Sinaloa enlínea.