FRANCISCO CHIQUETE
La crisis de seguridad desatada el jueves pasado en Culiacán ha sacado a flote otro problema probablemente tan grave como aquel: la disputa por los espacios políticos a costa de lo que sea.
A estas alturas es ocioso discutir si fue acertada o no la decisión de soltar a Ovidio Guzmán. Como ha argumentado el presidente Andrés Manuel López Obrador, insistir en la detención habría generado un baño de sangre, sangre inocente.
Lo que debiera estar en el centro de la discusión es la falla en las operaciones, y para buscarle solución.
Sorprende que los altos responsables de estas acciones se confiesen ignorantes de la capacidad de reacción por parte de los grupos delictivos, cuando el más neófito entiende que el crimen organizado tiene logística y armamento suficientes como para eso. El ejército de halcones que se exhibe por todo el país es la punta de un enorme iceberg.
Pero en estos momentos la discusión ya no es porqué falló el operativo. En las redes sociales, el aparato político de Morena está empeñado en asignar culpas a otros actores políticos.
Si algo necesitan el país y el presidente, es la acción sólida y unida del gobierno y de la sociedad para enfrentar al enorme monstruo que, ahora lo saben todos, es el crimen organizado.
El propio presidente ha asumido la responsabilidad de avalar la liberación de Ovidio con la atendible explicación de evitar el baño de sangre. El gabinete de seguridad admite que actuaron solos, sin un plan adecuado. Fue un operativo fallido, dijo el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo. Está claro y no necesita más justificaciones ni enredos.
Se necesita el marco para trabajar todos en resolver la inseguridad, pero el equipo que fue tan efectivo en tiempos de campaña, está ahora atentando contra la posibilidad de alcanzar acuerdos generalizados entre los diferentes grupos de la sociedad.
Uno de los motivos de la ira fue la actitud independiente y hasta beligerante de los medios sinaloenses durante la conferencia de prensa del gabinete de seguridad en Culiacán. No se quiere entender que los reporteros vivieron y sufrieron el jueves negro, que vieron en peligro a sus familiares, sus vecinos, sus amigos, por una acción infructuosa y errónea y merecían explicaciones para ellos y para su comunidad.
Pero este sentido humano no importa. Lo que importa es rescatar espacios políticos, llevar las culpas a los gobernantes que provienen de otro signo político, aunque para ello se eche mano de la invención de conjuras internacionales (no las veíamos desde tiempos del priísta Luis Echeverría Álvarez).
En esa lucha por marcar a los ustedes y los nosotros, se llevó el discurso a colocar a los otros como servidores del narco, traidores a la patria y por supuesto, enemigos del pueblo y de la transformación.
Ante un país asombrado por la derrota sufrida en el combate a la seguridad, hubo un propagandista que sostuvo “no fue una muestra de debilidad del estado, sino una muestra de debilidad del crimen organizado”. Con esos criterios no se puede emprender una corrección de los errores cometidos.
También hay oportunismo de otras fuerzas políticas. El PAN por ejemplo, presentó una denuncia contra el Presidente de la República por haber dejado ir al hoy tristemente célebre Ovidio. Es obvio que se trata de una acción orientada al desgaste, no a buscarle solución al problema; y ni qué decir de las respuestas que dan los demás contrarios al régimen, también en las redes.
Morena y sus activistas debieran entender que necesitan al país entero para avanzar en un tema tan delicado como éste. Ni la soberbia de una victoria contundente ni la avaricia por los espacios políticos son positivas para la buena operación de un país plural que necesita de todos.