Enrique Vega Ayala
Cronista oficial de Mazatlán
En la memoria colectiva de los mazatlecos, desde 1975 el recuerdo imborrable de un ciclón está ligado al Olivia, que azotó al puerto entre las 21:00 horas del viernes 24 y la 1:30 de la mañana del sábado 25 de octubre de hace 50 años. Durante el siglo XX los ciclones de 1927, 1943 y 1957 dejaron honda huella, pero los estragos del Olivia lo califican, en el imaginario colectivo, como el más pavoroso de todos.
De por sí, en aquel año todavía no se contaba con los recursos tecnológicos necesarios para dar seguimiento punto a la evolución de ese tipo de fenómenos meteorológicos. Encima, la trayectoria del Olivia dibujó un trazo que desconcertó a los que podían seguirle el rumbo. La incógnita sobre su destino apenas se confirmó por la mañana del día 24. Ciertamente el golpe ya no fue una sorpresa catastrófica como sucedía antes. Pero, tampoco dio mucho margen de tiempo para que se tomaran las medidas preventivas de alerta y desalojo de zonas de riesgo mayor.
Ese viernes ni en la radio ni en los periódicos, los medios de comunicación masivos de la época no dieron noticia alguna de que se acercaba un ciclón a esta costa (la TV apenas empezaba a extenderse en los hogares porteños y estaba sujeta a los conducto informativos de los otros medios). Las autoridades municipales se enteraron telefónicamente hacia las 10am de la emergencia que enfrentaría la población. Media hora después la presidencia municipal y la comandancia de la plaza arrancaron la operación de acciones preventivas urgentes. Ya existía el llamado Plan DN-III. Apenas dos años atrás se habían firmado los convenios para coordinar acciones entre las autoridades civiles y las militares ante calamidades.

Los especialistas informaron a las autoridades que hacia las 20:00 horas Mazatlán empezaría a recibir de lleno el azote de los vientos huracanados. Hacia el mediodía ya corría la voz de alarma entre la gente. Se inició el “ritual de los ciclones”: tratar de poner a salvo los bienes que estaban a la intemperie, proteger puertas y ventanas, más las consabidas compras de pánico, medidas con las que en los hogares se complementan los mecanismos oficiales establecidos para auxilio en casos de desastres.
A través de las estaciones de radio y mediante perifoneo se boletinó a la población la sugerencia de que a partir de las 18:00 se refugiaran en sus domicilios o en sitios seguros. Lo más complicado fueron las labores para convencer y trasladar a los «precaristas» de las colonias Luis Echeverría, Salvador Allende y de la Año Internacional de la Mujer, y otras áreas de invasiones de terrenos para vivienda, además de armar los refugios para acogerlos.
En el transcurso del día, las embarcaciones pesqueras que andaban en los primeros viajes de la zafra en el área, alertadas de mal tiempo en altamar, fueron entrando a puerto. La mayor parte de los 440 de los barcos que formaban entonces esa flota camaronera llegaron con anticipación a las zonas usuales para resistir mejor los embates de las tormentas.

El juego de la serie que Mayos de Navojoa y Venados celebrarían en el Teodoro Mariscal fue suspendido. Los Venados eran líderes del recién iniciado torneo y estaban enrachados con cuatro series al hilo a su favor. Se paralizaron hasta los enfrentamientos por el control de la institución, iniciados el día 21 y seguidos el 22, entre alumnos y profesores de la Preparatoria Rosales nocturna de la UAS. La cárcel municipal había vuelto a la normalidad después de un esculque general durante el que sólo se decomisaron 30 puntas de diferentes materiales.
La lluvia y los ventarrones fueron incesantes y en incremento a partir de las 19:00 horas. El suministro eléctrico se interrumpió definitivamente hacia las 21:45 horas. Los registros marcan las 21:30 horas como la hora en que empezó a entrar a la ciudad el cuadrante del vendaval con la mayor fuerza de vientos y descarga pluvial. Poco antes de la media noche, hubo unos minutos de calma chicha. En poco menos de media hora que tardó en pasar el ojo del huracán por aquí, algunos se aventuraron a salir para evaluar los daños. La mayoría pensó que había pasado el peligro. Realmente no hubo tiempo ni de reaccionar, enseguida la lluvia y el viento volvieron. Las voces populares lo cuentan aduciendo que «el ciclón se regresó». El sentido de los vientos fueron diferentes en esa segunda oleada, si en la primera azotaban la puerta de entrada principal, después del impasse, la furia se volcó sobre la puerta trasera, para describirlo al modo de cómo sucedió en mi casa. «Nunca había pasado eso» y a esa novedad se le agregaban los relámpagos «que nunca antes habían acompañado a un ciclón al azotar a Mazatlán». Aunque a la 1:30 horas cesó el paso del huracán, se suele contar que esa noche nadie durmió.


Algunas de las principales tiendas del puerto en aquella época, La Casa Grande, La Comercial de Mazatlán, Las Telas Oxford, perdieron todo lo que tenían en sus escaparates. La fuerza del viento y los objetos contundentes que volaron destrozaron vidrios y protecciones. Seis barcos se hundieron en el canal de navegación y uno más no alcanzó a llegar, se perdió cerca de las Tres Islas. La torre del aeropuerto quedó maltrecha, doce avionetas y un helicóptero fueron seriamente dañados. Varias casas antiguas perdieron los techos y algunas hasta sufrieron derrumbes en las paredes. El Cine Ángela Peralta, hoy Teatro, perdió definitivamente lo poco que le quedaba del techo y parte de las paredes de proscenio. Las marejadas entre el canal de navegación y el Estero del Infiernillo volcaron 29 vagones de ferrocarril, arrastrando a dos de ellos hasta hundirlos.
El sábado la ciudad amaneció desolada. Casi en cada casa había algún daño material que reparar. Las calles estaban intransitables. No había luz eléctrica ni agua. El Sol del Pacífico, entonces uno de los dos diarios de la Ciudad, circuló casi entrada la noche, lo habían maquilado en Culiacán y lo seguirían haciendo allá durante varios días. El Correo de la Tarde, que dirigía Abraham Ibarra, dejó de imprimirse durante cinco días por falta de electricidad. El Noroeste circulaba, pero no tenía instalaciones aquí, lo enviaban desde Culiacán.
Los trabajos de reconstrucción y apoyo a damnificados se iniciaron de inmediato. De hecho, casi en plena tormenta, en camiones se trasladó a varias decenas de personas, que fueron obligadas a salir de fincas poco seguras, desde sus hogares y fueron llevadas al edificio del PRI donde se improvisó otro albergue, adicional a los que funcionaban ya, desde temprano en el Palacio Municipal y en la Escuela Náutica. El mismo sábado por la tarde empezó a llegar la ayuda. En uno de los llamados entonces puentes aéreos, la Secretaría de la Defensa trasladó víveres y agua potable. Para ello hubo que habilitar rápidamente la torre de control del aeropuerto a pesar de los daños ya aludidos. El domingo llegaron a los muelles dos buques de la Armada Nacional con agua, medicamentos y equipos de salvamento.

En los registros históricos de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration, US), contenidos en la publicación de Robert A. Baum, denominada “Eastern North Pacific Tropical Cyclones of 1975”, se señala: «El huracán ‘Olivia’ fue el más poderoso de los que tocaron tierra esa temporada. A partir del 22 de octubre fue ubicada como tormenta tropical en el Pacífico Sur de México. Se movió inicialmente hacia el noroeste, para dar luego un giro hacia el noreste. Olivia entonces incrementó su fuerza. Alcanzó la categoría 3 de la escala Saffir-Simpson por su intensidad y rachas de vientos hasta de 185 km/h justo antes de entrar a tierra.
Tarde, el 24 de octubre, ‘Olivia’ impactó muy cerca de Mazatlán. Mazatlán fue severamente vapuleado. Cerca de 30 mil personas fueron evacuadas y alrededor de 7 mil viviendas fueron destruidas en el puerto y en 14 localidades cercanas. El huracán ‘Olivia’ causó la muerte de 30 personas y dejó heridas a por lo menos 500. Diez de las muertes y la totalidad de los heridos ocurrieron en tierra, los otros 20 decesos ocurrieron en tres hundimientos de embarcaciones que fueron alcanzadas por el huracán.
El impacto psicológico del entre la población fue tal que convirtió al ‘Olivia’ en el peor huracán de la historia local, a pesar del antecedente del poderoso ciclón que, sin nombre y con categoría 4 (vientos de hasta 230 km/h), nos había azotado el 22 de octubre de 1957.









