‘La hija oscura’: la maternidad bajo la lupa

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La realizadora Maggie Gyllenhaal muestra cómo ser mujer no implica, de ningún modo, tener ni el interés ni el instinto de ser madre. 

El inicio de La hija oscura (disponible en Netflix) es como el de tantas otras películas: un viaje. Leda, la protagonista, quiere, como Gustav en Muerte en Venecia, dejar que el aire de la playa se lleve sus pensamientos, pero, como en Muerte en Venecia, lo que sucede en La hija oscura, es que aparece una familia que le quita la paz.

La hija oscura está basada en una novela particularmente famosa de una escritora cuya personalidad sigue siendo un misterio: de Elena Ferrante se sabe que es un seudónimo, que escribe bestsellers y poco más. En esta película Ferrante ha puesto los cimientos para que Maggie Gyllenhaal, la directora, construya una historia que se alza en contra del sistema patriarcal. Pues si en Muerte en Venecia el interés de Visconti gira en torno al señalamiento de las múltiples formas que adquiere el deseo sexual, La hija oscura quiere mostrar que el hecho de ser mujer no implica de ningún modo tener ni el interés ni el instinto de ser madre.

En efecto, con Elena Ferrante, Gyllenhaal y su equipo creativo enfrentan al público con el tabú de la maternidad. Y es que conforme avanza la película vamos entendiendo que la obsesión de Leda hacia la niña más pequeña en esta familia ruidosa que amenaza con arruinar sus vacaciones en Grecia tiene que ver con su propia intranquilidad con este hecho: también ella es madre, pero, a diferencia de las mujeres con las que se enfrenta, Leda ha llegado a la conclusión de que las normas establecidas en el mundo en que ha venido a vivir no son algo que pueda (o quiera) asumir.

Interpretada por Olivia Colman, Leda transmite desde el inicio, con tan sólo un mohín, el desprecio que siente por este concepto: familia. Y la que tiene frente a sí lo es en el sentido más amplio de la palabra, es grande, es ruidosa y es, en general, todo lo opuesto a lo que ella, Leda, encuentra sublime en un espacio íntimo: simplicidad, sencillez y esos papeles sobre los que, adivinamos, ella que es escritora, puede pasar largas horas corrigiendo y meditando.

La hija oscura es el primer largo de Maggie Gyllenhaal, una directora a quien vale la pena seguir, sobre todo por la capacidad que muestra para tocar temas difíciles con la sutileza de un movimiento de cámara, un close up o un gesto. Y es que, para retratar la realidad de una mujer que descubre que tiene más vocación de escritora que de madre, es necesario, además, un conflicto. El de Leda estriba en un posible arrepentimiento que por momentos intuimos. Y, sin embargo, este no queda claro del todo.

¿Qué son para Leda sus hijas? ¿Atavismos que la obligan a comportarse de un modo que no está en su propia naturaleza? ¿Un estorbo para su carrera? ¿Un puro remordimiento que le recuerda el aislamiento de ser una típica mujer occidental, egoísta y siempre cerrada sobre sí misma? En el fondo, el conflicto de Leda estriba en la posibilidad de seguir por el camino de soledad que ha elegido o redimirse por el afecto indudable que le produce la más pequeña de las hijas de esta familia molesta que interrumpe sus vacaciones en la playa.

La hija oscura tiene un par de problemas formales (sobre todo el hecho de que no todo el tiempo la película está bien fotografiada), pero es indudable que se trata de la obra de una directora a quien hay que seguir, sobre todo por su indudable capacidad para utilizar símbolos. Como el de una muñeca que a lo largo de toda la película la protagonista no se atreve ni a tirar ni a atesorar. Igual que su maternidad.

Información por MILENIO