-Ya fue ingresado a las instalaciones de la Fiscalía Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada
-Siempre mantuvo perfil bajo, lo que dificultaba su detención
El jueves 19 de septiembre en Culiacán fue testigo de un suceso que cambiaría el rumbo del crimen organizado en Sinaloa. Elementos del Ejército y de la Guardia Nacional se movieron con precisión, como sombras en la penumbra, en busca de un hombre cuya fama se extendía como un eco ominoso: Mario Alexander ‘N’, alias El Piyi.
Considerado el sucesor de Néstor Isidro Pérez Salas, “El Nini”, El Piyi no era solo un nombre; era el símbolo de una nueva generación de violencia que asolaba la región. Jefe de seguridad de Iván Archivaldo Guzmán Salazar, hijo de Joaquín «El Chapo» Guzmán, había acumulado poder y terror en Culiacán, convirtiéndose en el mayor generador de violencia en el municipio.
Ese día, El Piyi y seis de sus sicarios se encontraban en un refugio de la colonia Santa Fe, rodeados de la atmósfera cargada de tensión. Conversaciones en voz baja y risas nerviosas llenaban el aire, mientras los planes para expandir su dominio se gestaban entre ellos. Pero la calma fue interrumpida por el rugido de motores y la presencia de militares, la operación se había activado.
Los operativos, entrenados y determinados, asaltaron el lugar. Las puertas se abrieron de golpe, y un despliegue de fuerza puso fin a . El Piyi, sorprendido, sintió la realidad cerrándose a su alrededor. Los gritos de sus hombres resonaron, pero la superioridad táctica de las fuerzas del orden era innegable.
La detención fue rápida, casi certera. El Piyi, cuya imagen había dominado el panorama criminal, fue llevado, sus sueños de poder desmoronándose como castillos de arena ante la marea. En sus ojos había una mezcla de desafío y desesperación, el reflejo de un hombre que había caminado en la cuerda floja durante demasiado tiempo.
La captura de El Piyi significaba un golpe directo a Los Chapitos, y un mensaje claro: la lucha contra el narcotráfico continuaba, a pesar de los años de terror.
La caída del Piyi no era solo un final, sino el inicio de un nuevo capítulo en la larga batalla por la paz en una tierra marcada por la violencia.
De acuerdo con fuentes federales, El Piyi había mantenido un perfil bajo, lo que dificultó su plena identificación y captura en el pasado. Sin embargo, su detención en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa, representa un golpe significativo para la organización criminal.