HOY CEDO MI COLUMNA ENRIQUE SERNA.

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.
Serna es un novelista y ensayista mexicano que combina en su narrativa erudición e ironía. Por su novela histórica e histriónica El Seductor de la Patria, recibió el premio Mazatlán de Literatura. En sus páginas dibuja las aventuras, venturas y desventuras de Antonio López de Santa Anna. Lo retrata con su pluma tal y como fue y tal y como se lo imaginó.

Hoy Enrique Serna la vuelve hacer en grande con su novela El Vendedor de Silencio. En las páginas de esta narración bosqueja la figura oscura del periodismo en México y cercano al poder, Carlos Denegri, que fue uno de los líderes de opinión más influyentes de la historia reciente. La nueva novela de Enrique Serna entrelaza la vida del periodista con el retrato de un país bajo la sombra del PRI.

Amigo lector le recomiendo ambas novelas. Y por fortuna ya están en las librerías de Mazatlán. Sin mayor comentario les invito a que disfruten un breve ensayo que publicó Serna recientemente en la revista Letras Libres. Les juro que en el par de paginas que contiene, se van a ver reflejados. Me refiero a….

LOS PERDULARIOS.

Si existen sociedades de ayuda mutua que brindan auxilio a los alcohólicos, a los neuróticos, a los drogadictos y a los tragones compulsivos, ¿por qué no habrá una hermandad encargada de regenerar a los distraídos que vamos por la vida perdiendo efectos personales en circunstancias críticas, con graves costos de tiempo y dinero en cada percance?

Rescatando una de las viejas acepciones de la palabra perdulario (“el que pierde cosas con frecuencia”), nuestra cofradía podría llevar ese nombre y tener un decálogo como el de AA para obligarnos a tomar conciencia de los daños que causamos a terceros y ponernos en guardia contra las principales coartadas psicológicas del perdulario irresponsable y antisocial. Con el ánimo de incitar a mis hermanos a una terapia colectiva, propongo un esbozo de lo que podrían ser nuestras tablas de la ley:
1º. No acuses a los demás de esconderte o cambiar de lugar las cosas que pierdes. La sirvienta y tu pareja no están confabuladas para volverte loco depositando tus llaves, tu cartera o tus anteojos en los lugares más recónditos de la casa. Tiendes a culparlas de esas desapariciones por inmadurez y falta de valor civil. Cuando pierdas algo, búscalo primero en vez de exigir a las malignas perturbadoras de tu orden que aparezcan por arte de magia el objeto extraviado.
2º. Tu enfermedad no tiene nada de romántico ni te ennoblece a los ojos de los demás. Estar en Babia dista mucho de tener un arrebato creativo o de resolver un arduo teorema. El despiste crónico de algunos genios no te eleva a su altura, más bien subraya tu vacío interior. Revestir con los oropeles del talento superior la incapacidad para la vida práctica solo añade un toque de esnobismo a tu deplorable conducta.
3º. Abstente de gritar: “¡Les juro por mi madre que dejé las llaves aquí!” Ofuscado de rabia jamás encontrarás lo que buscas, y en cambio puedes perder otras cosas al remover papeles o trebejos sin ton ni son. Serénate contando hasta diez y trata de reconstruir tus movimientos anteriores a la pérdida del objeto. Con la cabeza fría es más fácil resolver los enigmas que te atormentan. Sobre todo, evita azotar puertas o golpear paredes mientras buscas desesperado tu credencial del INE. Algunos perdularios hemos pagado muy caros esos desahogos.
4º. No te anticipes a dar por perdido un objeto sin haber hecho las mínimas comprobaciones necesarias sobre su desaparición. Cuando un distraído patológico pierde cosas en todo momento, su estado de paranoia puede condenarlo a padecer sufrimientos artificiales. Ejemplo: si te intriga saber dónde carajos puso tus anteojos la sufrida y vilipendiada trabajadora doméstica, cerciórate primero de que no los llevas puestos. Al salir de viaje no necesitas comprobar mil veces que tu pasaporte va en la mochila: temer su repentina desaparición es creer en la magia negra. Con las angustias de tus pérdidas reales te basta y sobra para vivir en un estado de tensión insoportable. No lo agraves con angustias gratuitas.
5º. Si ya eres un cliente habitual del cerrajero, por dejarte a menudo las llaves adentro de la casa o adentro del coche, ten un mínimo de vergüenza cuando vayas a pedirle que te saque del apuro. Al reportar el extravío de tu tarjeta de crédito por sexta vez en el año, no te alegres cínicamente de que las operadoras del banco ya te reconozcan la voz y adivinen el motivo de tu llamada: adopta por lo menos un tono compungido. El cerrajero vive de socorrer a imbéciles como tú y la operadora está obligada a ser amable pero no es bueno para tu salud mental que les pidas auxilio con el desenfado de un borrachín que se mea en los pantalones muerto de risa. El miedo al ridículo es quizá el último freno social capaz de salvar la poca dignidad que te queda.
6º. La resignación ante la pérdida inevitable tiene efectos curativos. Devanarte los sesos imaginando en qué manos cayó la cámara de video recién comprada que te dejaste en el taxi hace diez años y odiar intensamente a su nuevo poseedor te condena a revivir la experiencia traumática. Procura restar importancia a esos accidentes y descubre los gozos espirituales del noble desprendimiento. Cuando te complazca perderlo todo, habrás encontrado el camino a la salvación.