*Sensación de libertad
*Juego de chicos y grandes
Llegó la primavera y con ella, dicen, el nacer o brote de las flores, las hermosas plantas que adornan los parques y las casas, pero también llegan los vientos y los amantes de los cometas. Quién no ha volado un papalote o, al menos, dejar volar la imaginación por los aires como un alegre cometa de colores?
Gabriel Hernández Ortiz es mexiquense, de por allá de Toluca y trae año con año en estos meses papalotes de todos tamaños y colores. Unos a cien pesos y otros a un precio mayor; águilas, búhos, pescados y arcoíris son las figuras que componen la variedad de estos objetos voladores.
Dice que los padres los compran para sus hijos, pero no falta más de alguno que, para recordar la infancia, se compra el propio para hacer “competencia” con el vástago y volarlos más altos.
Este reportero cuando niño también voló papalotes construidos con papel periódico o cartulinas y el alma, los palitos de madera, redondos, pegados con engrudo. La piola era hilo de coser que, a veces, le “robaba” a mi madre.
En las competencias el que volaba el papalote más alto o más lejos era el más “fregón”. Había quienes los hacían enormes y así volaban; también de muchos colores y en el cielo se veían hermosos meciéndose de un lado a otro.
Debes tener cierta experiencia porque cuando llega una ráfaga de aire tienes que darle piola para que no se rompa el hilo tensado y una vez que se calma el viento, hay que jalar. Hay una frase cuando le sigues la corriente a alguien: “dale piola y mándalo a volar”.