Por Melchor Inzunza
Sin duda, algún valor social debe tener el eufemismo. Por algo es casi imposible deshacerse de muchos eufemismos en boga. Parece que es de mal gusto llamar al pan pan, y al vino vino.
Lo del “casi” es un decir: sólo hay quienes son más afectos que otros a los eufemismos. El fin de éstos es manipular el lenguaje para cambiar la percepción de la realidad, sustituir las palabras que designan las realidades incómodas por aquellas que las suavizan o encubren.
Los hay inofensivos y aun convenientes, caritativos, condescendientes, hasta los ridículos, cómicos, sarcásticos e inescrupulosos, pero siempre eficaces mecanismos de manipulación, para presentar al lobo con piel de cordero.
Tramposos
La lista es interminable. Refiero sólo algunos de los más absurdos y tramposos, supuestamente ennoblecedores y respetuosos de las personas. Los más alejados de los significados reales.
Así, la pobreza no es más que “riqueza insuficiente”; no hay pobres sino “carentes” o económicamente débiles”; ni ricos sino “pudientes”; ni hambre sino “apetitos insatisfechos”; ni sueldos a la baja sino “reajuste salarial”, ni subida de precios sino “revisión de tarifas”.
Al desempleo dígale “exclusión laboral” y los desempleados “padres hogareños”.
Pero al quien nunca ha querido trabajar, ni se le ocurra decirle huevón. No lo es, qué va, sólo tiene “una manera diferente de vivir”.
Las madrizas policíacas, son “uso excesivo de fuerza”; las torturas, “métodos deplorables de persuasión”; las víctimas civiles de las guerras, meros “daños colaterales”; los deportados, “desplazados”; las prostitutas, “sexo servidoras”; las cárceles, “centros de readaptación”.
A los ciegos, se les nomina “invidentes”; a los sordos, “deficientes auditivos”; a los mudos, “desprovistos de habla” o “hipoacúsicos”; a los viejos, “personas de la tercera edad” o “adultos mayores” (¿quiénes serán los adultos menores?; a los empleados, “colaboradores”; a los negros, “personas de color” y “afroamericanos”.
Inválido
El inválido ya no lo es. De eufemismo en eufemismo, los paralíticos han pasado a ser sucesivamente “impedidos”, “discapacitados” “minusválidos” y, ahora, “personas con capacidades diferentes” (alguien observaría: si no tienen ciertas capacidades disminuidas, sino sólo diferentes, ¿por qué necesitarían ayuda?).
Antonio Plaza no hubiera hoy titulado su poema “La voz del inválido”, sino, para acabarlo de arruinar, “La voz del capacidado diferente”.
Nadie padece el Síndrome de Down: sólo son ‘personas que nacieron con una forma de vida distinta’. Y los niños con minusvalías físicas o con retraso mental ahora son especiales y diferentes. (Como si los padres no supieran que todos sus hijos son especiales y diferentes.)
Minusválidos
Al respecto, cito a María Barbero, que ha escrito sobre el ficticio valor social de los eufemismos en el en torno de las discapacidades.
Para enfrentar honradamente las necesidades de cada uno de ellos aprendamos a mencionar por su nombre a sus discapacidades, sin falsos pudores. “No hay nada de denigrante ni oprobioso en designar paralítico al que no puede andar, ni ciego al que no puede ver.”
Los amantes de los eufemismos dicen que sus expresiones resultan más humanas y respetuosas, pero Barbero considera que sólo “son prueba del pudor prejuiciado y de la vergüenza ajena de quien las emplea, pues al parecer creen que ser minusválido es algo feo y poco apto para conversaciones de salón.” (La Insignia, España, julio del 2004.)
Jardín de eufemismos
“La extensión de lo políticamente correcto se ha convertido en una enfermiza ocultación de la realidad a través del lenguaje eufemístico”. Eugenio del Río.
Refiero otros no por divertidos menos tramposos.
Los ricos no incurren en delitos, sino en ‘inobservancias’ de la ley.
Al libre despido, se nombra ‘flexibilidad del mercado de trabajo’; a los juegos para deficientes, “Juegos paralímpicos”.
El lisiado no es lisiado, ni inválido, paralítico, minusválido, deficiente físico o discapacitado, sino “persona con disfunción motora” y, más modernamente, “persona con capacidades diferentes”.
Palabras en desuso
Las cárceles son “centros de readaptación”; los carceleros, “funcionarios de prisiones”; los presos, “internos”. No se asombre usted si al rato los llaman “personas con capacidades de circulación limitada”.
Incluso, ya no hay esposas sino “compañeras” (como si estuvieran un el mismo sindicato del esposo), y por lo visto, hasta la palabra mujer pareciera en desuso. “Una palabra fea”, según desprendía Nikito Nipongo del anuncio “Zapatos para dama”, del adjetivo damisela que se adjudica a una prostituta, cuando se la trata con cariño, y mujerzuela, cuando no; también, al hablar con respeto de una persona del sexo femenino, no se le dice mujer sino señora; etc.
No se miente, “se falta a la verdad”
No hay represión, sino ‘pacificación’, ni campos de batalla, sino ‘teatro de operaciones’.
En la guerra no hay ‘bombardeos’, sino ‘campaña aérea’; ni soldados, sino “efectivos”, ni muertos sino “bajas”.
¿Matanza racista? No, sólo “limpieza étnica”, labor higiénica sin duda.
Guerras
La guerra –cualquier guerra, aun la que se dice librar contra el narcotráfico– es incompatible con el respeto a los derechos humanos. Todas se proponen matar al mayor número de enemigos, sin importar los “daños colaterales”, eufemismo de víctimas civiles.
Y la guerra moderna es la más opuesta a los convenios internacionales que fijan normas para matarse conforme a éstas. Eso sí, con todo respeto, faltaba más.
Humanitarias
Así se llamó a la invasión armada contra Irak y, antes, a la intervención en Bosnia y Kosovo.
Las ONGs han sido las principales impulsoras, si no por su actividad, sí por su discurso, de las operaciones militares de “injerencia humanitaria”
El afán de protagonismo de algunas de estas ONGs de la sociedad civil, terminó convirtiéndolas en el último gran tentáculo de ese Estado-Leviatán que tanto dicen aborrecer.
Polémica
La escritora Elvira Lindo sostiene: no es fácil desacreditar sin más la corrección política “porque nació del intento legítimo de corregir un abuso histórico ligado a sectores de población que sufrían desprecios muy arraigados en el lenguaje”.
Pero, aunque nadie duda de la necesidad del respeto al otro, esta ola de hipersensibilidad amenaza con desdibujar la realidad y convertirla en “un jardín de eufemismos”, advierte el escritor Javier Marías.
“Es la burocratización del habla”, dice la escritora cubana Zoé Valdés
Javier Marías responde al argumento de que cada colectivo tiene derecho a decidir cómo quiere llamarse. En efecto así es, también cada individuo, pero a lo que no tienen derecho “es a decidir cómo los demás hemos de llamarlos… Los ciegos pueden considerarse “invidentes”, pero no obligarme a comulgar con el eufemismo.”
Los amantes de los eufemismos –insiste Marías– nos instan a no utilizar nunca términos en sí mismos inocuos pero que ellos han tildado de “peyorativos” o “discriminatorios”: decir de alguien que es “negro” no difiere apenas de decir de otro que es “rubio”, algo meramente descriptivo; proscribir “lisiado” nos obligaría a prescindir asimismo de “tuerto”, “manco”, o “cojo”, a que no hablemos de “ciegos”, sino de invidentes; a condenar “gordo” al ostracismo, lo que equivale a desterrar “flaco”, “alto” o “bajo”, y así hasta el infinito.
Rimbombantes
Y le parece antieconómica, pomposa e impropia la manera en que, por ejemplo, se llama al pizarrón “soporte vertical instructivo”, y al recreo “segmento lúdico” o sandez parecida.
En México tenemos también el gusto por la rimbombancia. Lo cual nos recuerda aquello que ridiculizó Antonio Machado. Decir: “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, para referirse a “lo que pasa en la calle”.
Fuentes:
María Barbero, Inútiles, impedidos, especiales y diferentes, La Insignia, España, julio del 2004.
Fernando Oliván López, Colonialismo moderno, Derechos Humanos y cooperación. Las nuevas ideologías justificadoras de la ingerencia colonial, Nómadas 2, Julio-Diciembre.2000 Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, Universidad Complutense de Madrid
Javier Marías. Hundidos en una ciénaga, El País, 09/02/2007. Madrid. / La zona fantasma. El País Semanal, 17 de julio de 2005. / Un país demasiado anómalo, El País, 21/01/2007. Madrid