(Vuelve la leyenda del luisión y el psicoanalista, interrupta por la amenaza de aranceles de Tump)
¿Te parece? Volvamos pues a tu unheimlich . Pero antes déjame hacer un rodeo sobre cierto miedo, porque éste me aproximará al tuyo.- En el interludio se compuso el nudo de la corbata y se puso a deambular alrededor del diván con un aire doctoral tan propio de cierta fauna universitaria:-
Verás, yo creo que el miedo, cierto miedo, es hijo legítimo de nuestra endeblez existencial. Salvo excepciones, los sujetos en la soledad suelen ser pacíficos, porque esa intemperie les revela su fragilidad. Por ejemplo, la inmensa mayoría de los solitarios jamás se atreverían a gritarle a los viejitos: ¡Burgueses güevones por eso están panzones!, sólo por expresar una frase baladí que usaba la izquierda cerril de tu tiempo. En cambio cuando están arropados por el fervor de la multitud se contagian. Inmersos en ella se vuelven tan valerosos que pueden hacer trizas a cualquier fortaleza enemiga… Elías Canetti en su obra Masa y Poder, pero también Le Bon en Psicología de las Multitudes, el mismo Freud en su Psicología de las Masas o Erich From en El Miedo a la libertad, diferencias más diferencias menos, explican esta simbiosis de los hombres de carne y hueso. Dicho en términos populares: la multitud te da les boules que se te caen como bananes pourries cuando estás solo con su soledad. Dans cet état se sentent seuls till you drop pantalons
Pero éste no es tu caso, por supuesto. Esta hipótesis tiene más que ver con los hombres comunes y silvestres; pero tú no eres común, aunque seas bastante silvestre…
¿Silvestre? ¿Por qué silvestre…? –Prorrumpió el Luisón entre ofendido y humillado.
¡Déjame terminar… Por favor no me interrumpas, menos ahora que voy decirte ciertas verdades que, aunque dolorosas, te ayudarán a destrabar el caos que traes en esa cholla que tienes por cabeza. -El Luisón se quedó estupefacto, con ganas de mentarle la madre; pero ahogó la rabia, porque como siempre el poder el psicoterapeuta lo avasallaba una y otra vez, pero sobre todo porque había internalizado, a regañadientes, que esos apretones de cuello eran por su bien.
Verás… Tu caso no se ajusta a aquellas cosmovisiones. –Cuando expresó la palabra cosmovisiones, procuró que su voz adquiriera un tono de inmensa autoridad intelectual, porque con ella quería restregarle al “cravete folle”, como le llamaba al luisión en su expediente, algo más o menos así-: Tienes que oírme pendejo, porque yo sí sé de psicología. Enseguida le expresó con una especie de grito largamente contenido:- Lo que te mantiene de pie, a ti que has sido une salope morte de peur, es una especie de resequedad que ha convertido tu alma un páramo a fuer de acumular en la vida inmensas andanadas de rencor…
Lo que ha hecho arrastrarte secouant comme de la gelée por los vericuetos de eso que mal llaman revolución, se llama resentimiento. Esta acrimia del alma es una fuerza irrefrenable que atrapa a ciertas personas a saciar su rencor no contra quién se los produjo, sino contra quién se les atraviese en el camino. Esta llama ardiente que te quema las entrañas, se enmascaró en ti, gracias a que pasaste por el templo de la “universidad democrática”, que en aquellos tiempos era opción preferencial por los condenados de la tierra, algo así como amor fati por el proletariado. Con este demonio en las entrañas, que anuda asimétricamente la paranonia y la melogamanía, no hay miedo que te detenga, aunque tu corazón viva al borde del colapso. Vivir, como has vivido tú, partido y podrido entre el miedo y el abismo, no se lo deseo ni a mis peores enemigos políticos, que también los tengo, aunque no tantos como tú ni por las mismas razones.
–Cuando el Luisón escuchó ese “aunque no tantos como tú ni por las mismas razones”, se le quedó viendo con los ojos chispeantes, al tiempo que levantó la mano para pedir la palabra por alusión a su vapuleada investidura. Ante esa solicitud la respuesta del psicoanalista galomexicano fue estentórea:
¡No me interrumpas¡ ¡No me interrumpas, hijo de la …! Perdón, perdón… Discúlpame pero es que… -Y aún con el rostro rojizo, azulado, verde, que en el fondo revelaba un rencor largamente fermentado contra su “cliente”, le expresó casi con dulzura:- “Por favor déjame terminar la idea porque es muy importante para ti y para el desarrollo posterior del psicoanálisis…! -El Luisón, para variar, se quedó paralizado como un ratoncito cuando queda frente a frente con el enorme depredador que ha de devorarlo de una bocanada…
-El terapeuta aprovechó ese interludio para lanzarle a mansalva una verdad que adquirió la forma de puñalada: -Ese delirante amor que profesa el resentimiento “revolucionario” desprecia hasta la náusea a los hombres de carne y hueso. Su delirio justiciero a quien ama es a seres abstractos que suelen ser dibujados como la encarnación del hombre nuevo… –Larga pausa del terapeuta. Se retorció el bigote, como afinando la puntería del juicio que iba a dispararle a continuación-: ¿Acaso no ha sido el resentimiento el combustible que ha generado las revoluciones, cuyo corolario siempre ha sido utilizar como corderos a las mal llamadas “masas” para instaurar en su nombre feroces dictaduras y catecismos victorianos que conculcan las libertades ciudadanas más elementales? Por ello no es casual que estos revolucionarios de bolsillo, después de tantos años, aún le prendan veladoras a infames dictadores como Stalin, Fidel Castro, Pol Pot, al Che Guevara y que hoy, en pleno siglo XXI, se haya convertido en fervientes admiradores de Hugo Chávez, al grado de imitar como loros sus delirios bolivarianos….
Por ello no es una paradoja –prosiguió el terapeuta- que ciertos sujetos que fueron galvanizados por el resentimiento, hasta el punto de aborrecer al mundo y estar al borde del suicidio o de la delincuencia, de pronto te los encuentras como prohombres dictando conferencias y derramando en los mítines un inmenso amor a la humanidad; aunque su vida cotidiana haya sido y aún sea un desastre mayúsculo. Un buen ejemplo de esta aparente paradoja eres tú.
–Desde una esquina del odiado diván, el Luisón bramó con una voz pastosa, como queriendo echar mano a sus fierros:-
¿Y yo por qué…? ¿Por qué yo?
¿Cómo, que yo por qué…? –Le respondió indignado el terapeuta. Enseguida le lanzó una especie de jaque mate:
-Qué flaca memoria tienes, si es que aún te queda algo de ella. ¿Acaso no recuerdas que en tus largos años de insomne militancia en favor de la “noble causa” de la revolución, tu familia haya estado sobreviviendo con un ingreso fluctuante entre nada y casi nada, que sus padres y hermanos le arrojaban a regañadientes una limosna para que la fueran pasando, sobre todo para ocultar ante el “respetable” que una rama caída de su honorable árbol genealógico estaba experimentando una vida miserable. Esta degradante dádiva, en efecto, fue simple y llanamente para salvar el honor familiar; mientras tú la pasabas perorando sin trabajar no sé qué delirios y, lo que no tiene perdón, es que te gastabas en esas correrías la pensión vitalicia que conseguiste en la universidad, tras amenazar al rector ibas a secuestrarlo sino apoyaba la causa del proletariado. Y te digo una cosa, aquí entre nos… –Se le acercó al oído y le dijo con un aullido que expelía un rencor largamente acariciado-: Si no ha sido por mí, tu ex… -El terapeuta se puso más turbado de lo que estaba el Luisón, por este lapsus pendejus que acababa de vomitar desde las profundidades de sus entrañas, estuvo a punto de exhibirlo, toda vez que… Esta infidencia le puso la cara rojísima y le produjo un leve temblor que le puso la piel como carne de gallina. Como implorando a Dios, volteó hacia el estudio buscando en algún gesto de Lacan. Quería hallar en sus facciones una chispa de luz que le ayudará a salir del atolladero en que se había metido, porque para ese tipo de coartadas el hablantín francés se pintaba sólo. Y por esos juegos que el azar genera, encontró la iluminación que buscaba:- Lo que dije de tu familia -No dijo tu ex-, fue simplemente un acto fallido que el venerable maestro Vienes trató con mucha sabiduría en Psicopatología de la Vida Cotidiana. Mi expresión fue, pues, sólo eso: un simple acto fallido, un… -A pesar del subterfugio, se le veía más aculebrado que un cochi cuando percibe que lo van a hacer chicharrones al día siguiente.
-El Luisón estuvo a punto de levantarse y partirle la madre, porque ese “Si no sido por mí, tu mujer…”, porque esa expresión tuvo profundas resonancias históricas, que si bien en ese momento y los días que siguieron no alcanzó a columbrar la magnitud de esa confesión; intuyó, no obstante, que esa expresión era un atentado de lesa dignidad contra un hombre cuya dignidad se cosía en otra parte. El Luisón no era un reculón, nunca lo había sido; pero esta vez reculó; tal vez porque se le vino la sangre a la cabeza al recordar que un día, un desgraciado día, su mujer y sus hijos lo echaron de la casa con todo y chivas. El lanzamiento, como dicen los huizacheros, fue acompañado por un grito familiar horrísono, como dijera en uno de sus versos el masiosare: ¡A chingar a tu madre de la casa, pinche mantenido¡ ¡Y no intentes volver porque te vamos a echar encima a la policía, güevón, bueno pa’nada! Ese golpe fue brutal, porque todavía amaba a Laura como el primer día en que la conoció y quería también entrañablemente a sus hijos, aunque sólo los conocía de pasada, porque su trabajo revolucionario de 24 horas le impidió convivir con ellos. El día del lanzamiento Laura Elena estuvo llorando, porque quizá ella también lo quería y porque tal vez se acordó que hacía más treinta años que le había dicho al Luisón: “Tú ocúpate de hacer la Revolución y yo me dedicaré a trabajar”.
El Luisón en los días y los meses que siguieron buscó infructuosamente, por carta, teléfono y hasta por señales de humo, convencer a Laura Elena que quería volver a su casa y hasta les juró que se retiraría de la militancia; pero siempre se encontró con un rotundo silencio, como si nunca lo hubieran conocido y ya no digamos sus hijos. Desesperado hasta el tuétano un día fue a buscarla a la florería donde trabajaba, ahí el Luisón recibió el tiro de gracia a la esperanza que un día se le iba y otro se le venía. Laura Elena, le dijo casi impersonalmente, sin ningún ápice de emoción, como si los años que vivieron juntos se hubiesen convertido en polvo y olvido: “Pa’qué insistes, Luis, yo ya no te quiero… Ahora estoy saliendo con otro señor al que mis hijos adoran… El Luisón estuvo a punto de desmayarse, medio se repuso del madrazo y empezó a caminar trastabillando como cualquier borrachín que anda bien persa a eso de las tres de la tarde, cuando el sol golpea severamente a los ebrios esa región que va de la ceja a la oreja.
A esas alturas del recuerdo el Luisón cerró los ojos para no rememorar esos dolores que le arrebataban las lágrimas siempre que habitaba esa ubicua región de lo oscurito. Mas por esos misterios que esconde y revela la existencia, se recompuso a medios chiles para que el terapeuta no lo pillara sufriendo, porque desde aquel día el corazón se le había partío. Y como él también sabía fingir, con un giro lingüístico trató de minimizar el golpe, a través de una afirmación con la que quería decirle al psicoterapeuta, que ese pasado lo había enterrado per secula seculoroum-: ¡Esos son polvos de otros lodos¡ Fueron errores de juventud; pero hoy, te repito, esas pifias son simples polvos de otros lodos… -Con esa respuesta el Luisón pretendió desviar la conversación, no solamente porque “eso”, como solía referirlo, le lastimaba y lo avergonzaba hasta el fondo del alma, pero además trató de salirse por la tangente porque venía preparado para írsele a la yugular al pinche psicoterapeuta; bueno, venía relativamente preparado. Sus palabras, sino me falla la memoria, fueron las siguientes -:
Mi opción por la revolución –prorrumpió el Luisón, casi comiéndose las palabras por la desazón-, nada tiene que ver con el resentimiento. Lo que impulsó a luchar hasta mi último aliento por una sociedad sin clases, fue el pensamiento de Marx, contenido fundamentalmente en las obras que van desde de 1884 hasta 1848. En ellas el viejo topo afirmó que en el comunismo los hombres no tendrían acotado un circulo exclusivo para sus actividades: que podrían dedicarme hoy a esto y mañana a aquello; que podrían, por tanto, por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado y, después de comer, si lo preferían, dedicarse a la crítica y la poesía, sin dejar de ser pescador ni cazador, pastor ni crítico o poeta. Esta sociedad, por la que casi entregué mi vida, estaría libre de prejuicios y yo podría recuperar mis voces, mis dobles voces, mis soliloquios y mis diálogos sin perjuicio de ninguna res flaca, porque los hombres en esa sociedad igualitaria podríamos expresar a los cuatro vientos nuestras múltiples personalidades, sin mayores límites que respetar la polifonía de los demás. Benito Juárez, el benemérito, dibujó las cualidades de este mundo edénico con una frase magistral: “Entre las naciones como entre los individuos, el respecto al delirio ajeno es la paz”. (CONTINUARÁ)