EL LUISÓN EN LA “DIVÁN” DEL PSICONALISTA.
En las pláticas preliminares a la formalización de esta terapia me platicaste que tenías un sueño horrible, un sueño que te ha conducido a buscar infructuosamente algún remedio para mantenerte insomne con el fin de sacarle la vuelta a esa pesadilla que te atormenta. A veces he pensado que exageras. Y esto lo digo sin saber a ciencia cierta el contenido manifiesto de tu ensoñación, porque el contenido latente… -La afirmación doctoral del terapeuta de inmediato puso en guardia al Luisón-.
-Aún el luisón no podía formarse una idea más o menos certera del tamaño de esos juicios, cuando recibió una nueva andanada de argumentos nada agradables-: Tal vez si hubieses leído La Interpretación de los Sueños del maestro vienés, seguramente habrías llegado a la conclusión de que tus perturbaciones mentales eran y son ahora mismo un juego de niños, porque en esa obra hubieras encontrado verdaderas historias de sueños que han llevado a muchas personas al suicidio o al hospital psiquiátrico; en cambio tú te vez relativamente sano, al menos a simple vista… -Al concluir discurso doctoral el chamán freudiano se le quedó mirando hasta el fondo de la niña de los ojos, quizá para calibrar la resistencia al malestar que le estaba infringiendo.
El luisón medio cabreado le señaló: Pero si usted me sugirió la terapia… Recuerde que usted casi me obligó… Y ahora me sale con que lo mío es un juego de… -No lo dejó terminar. Con una voz fingidamente amigable, le indicó-: No, lo que quiero expresarte… Lo que quiero explicarte es que tu pesadilla puede ser extirpada. Te puedo asegurar que en poco tiempo podrás vivir relativamente en paz y…
Perdóneme, pero estaba malinterpretando sus palabras, doctor; pero es que… –Le contestó el luisón; pero este perdóneme le salió de las entrañas rebosando de remordimiento, a juzgar por el rubor cenizo que se le iba y se le venía por la negritud de sus cachetes.
No mi amigo, para que la terapia funciones tienes que aflojar el cuerpo y dejarte llevar, porque si te pones tieso… -Para ese momento ya habían concluido los pueriles rituales que suelen hipnotizar a los débiles; que por cierto al Luisón le habían hecho los mandados, porque de tanto sufrir se había convertido en un ser impenetrable a los poderes de las hechicerías, aunque éstas gozarán de títulos universitarios.
Vayamos pues al grano –Le ordenó el terapeuta-. Pero por favor ponte flojito y…. A ver, platícame tu sueño… Mejor dicho tu pesadilla… – Y empezó a frotarse las manos, tal vez como producto de la morbosidad que suele producirnos el hecho de que alguien esté a punto de soltarnos sus secretos más íntimos.
Pero no me vas a creer lo que te voy contar, porque… -Le dijo apenado, bajando la mirada, al descubrir que su interlocutor le estaba mirando fijamente con unos ojos azules que semejaban la turbulencia de los vientos de la mar abierta.
-Al darse cuenta de la inhibición del paciente, le cambio la señal de los ojos, se los puso a media asta y le hizo un guiño con el ojo izquierdo para animarlo, y al mismo tiempo le dijo-: No te amilanes, tal vez este no sea el caso, pero hay sueños que huelen a poseía, a mala poseía erótica. Freud afirmó que los sueños eran manifestación de deseos carnales, y como tales solían expresarse generalmente en imágenes, aunque… Si este es el caso, adelante… -Y siguió frotándose las manos. Pero ahora con desesperación-
Bueno, pues. Voy a contártelo todo con lujo de detalles, porque como dicen ciertos colegas tuyos, en los detalles puede estar el nudo gordiano que los desata. –Enseguida aflojó totalmente su humanidad hasta sentirse flotando en el éter. Entrecerró sus ojitos. Conforme avanzaba la narración los fue abriendo de a poquito, pero sus ojos sólo asomaban el color blanquecino que enseñan los poseídos del demonio. En ese estado de semihipnosis inició la narración, con una voz que no era su voz, aunque lo era-.
Allá por la madrugada ella viene a mi lecho con su paso de ganso, su carita altiva, sus ojos de faro, sus muslos ardientes… Esas noches viene vestida… ¿Cómo? La memoria se me escapa… Lo que sí recuerdo es que viene flotando con marcial donaire. El viento, el aire, mecen su falda y asoma su cuerpo, un cuerpo salvaje, voluptuoso, fresco como la lumbre que arde al rojo azulado que nos quema el alma. Y en esos instantes el cielo le canta al infierno convertido en gloria no sé qué melodía, nunca lo sabré… y los pájaros vuelan en reversa convertidos en oscuras golondrinas.
Con desesperación arroja sus prendas y se funde con tal ansiedad a mi cuerpo donde ella no es ella, y yo no soy yo. Somos un magma de un raro milagro donde se confunde la carne y la sangre en un sólo cuerpo. Y en torno a nosotros revienta el silencio: Arden los gemidos, crepitan los ayes entonando un canto, cuya melodía semeja en instantes la voz del Creador. Y mi alma en llamas exhala los humos de esa comunión, pues su cuerpo impío se torna en caverna, por donde tiritan verdades eternas que busco y no encuentro, porque hace miles de años a ese lenguaje le fue secuestrada la gramática negra con la que dialogaba la otredad, que es la otra parte de nosotros mismos.
Y en ese rejuego de fuegos mi leña se quema y me vuelvo inerme…; y ella en cambio ardiendo en su tinta, temblando de deseo, casi al borde del desmayo, me exige a gritos: ¡Métemela hasta el tronco, M’ijo! ¡Ándale cabrón, métemela toditita, métemela hasta las últimas consecuencias! Su voz temblorosa me causa espanto… sobre todo porque su lengua enfebrecida empieza a lamerme gota a gota, hasta su última gota de saliva. Me lame los pies, las piernas, las rodillas, los muslos y eso, esa cosa, que ya no se me para ni con el Himno Nacional.
Entonces sacando juventud no sé de dónde, reaccionó enloquecido y le muerdo las nalgas palpitantes, abiertas, firmes, inmensas; como si mi lengua se convirtiese en víbora de cascabel. Con la lengua babeante y después seca, reseca, musculosa, erecta, busco su vagina y se la sumerjo rabiosa en su grieta que luce húmeda, trémula, titilante; le mamo sus labios virginales, hasta atrapar su lengua ayuna de palabras, o quizá en donde se esconden las palabras primordiales. Juego con su clítoris hasta el estremecimiento y…
-A estas alturas de la narración, los ojos del paciente habían adquirido el sabor de la lujuria: el blanquecino que los revestía se había vuelto acuoso, lúbrico, hirviente. Era tan libidinosa su expresión que el terapeuta, quizá por asco, le había retirado la mirada de voyeur que distingue a la mayoría de los hipnoterapeutas. En ese nuevo estado continuó el relato, pero ahora con una voz ronca y excitada:-
Su respiración entrecortada, furibunda, delirante, le marca el ritmo de un corazón que amenaza salírsele del pecho. La respiración y el sudor de su cuerpo, la firmeza de sus muslos impúdicos, bestialmente hermosos, la hacían viscosa, huidiza y, al mismo tiempo, asible, penetrable. Es toda ella se convierte poesía en brama. Mi baba, sus babas; sus jugos, mis jugos, me bañan y bañan sus carnes abiertas, exuberantes, lujuriosas, crepitantes de deseo…
Con la cara viscosa a fuerza lamerle las entrañas, la beso, le mamo, la muerdo con desesperación, convirtiendo en fresas sus labios carnosos. Ella con un impulso que no era de este mundo busca mi pene, como el sediento busca agua en el desierto. Sus manos me lo aprietan hasta el desmayo, con furia, con fuerza descomunal. Por instantes pienso que va arrancármela de tajo, porque de lo que queda, queda poco y de los poco que queda… Y ella escribe mi nombre en sus pechos, en sus ojos con mi precario adminículo. Y con voz que no es ya de este mundo, me grita en los oídos:
Ahora ya eres mío cabrón, nadie podrá arrancarte de mi lado, porque en la punta de tu vergantín llevas mí marca; en ella me llevas toditita….
-Intempestivamente el luisón dejó de hablar. Un largo silencio se apoderó de la sala. Su respiración se aceleró como si el corazón fuera a salírsele del pecho. Estaba temblando como gelatina y sudando copiosamente como si fuera a irse o como si se fuera a venir. El psicoanalista de inmediato sospechó que la narración había sido un “cuento chino”; aunque tampoco podía pasar desapercibido el estado de agitación que experimentaba el paciente. Por eso en vez de reclamarle por pretender tomarle el pelo por declamarle esa prosa salida de algún escrito surrealista por sus ribetes de automatismo, optó mejor por una vía más diplomática, pero no menos chingativa. Le preguntó:-
(CONTINUARÁ MANAÑA).