ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.
La envidia y los celos son sentimientos compulsivos que nos hacen pedazos el alma. El escritor Enrique Serna afirmó que la envidia es un pecado capital. En esta clasificación por supuesto caben los celos que son, por lo general, la cara inversa de la envidia. Esta acritud sentimental sería también un pecado venial. (Enrique Serna. Letras libres. 02: 12:2014).
La envidia se manifiesta en el deseo fervientemente hacía una persona que se ayunta con otra, a la cual convertimos de inmediato en nuestro/a rival, que a veces puede llegar la sangre al río o se puede morir de amor como la niña de Guatemala. Quien la padece esta enfermedad se le mira flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones.
Y los celos son producto de la incertidumbre de que ser amas hasta con los dientes, vaya se te vaya bohío o te engañe con otro/a. Los celos contienen un ácido negro que secreta el estómago, que a leguas se respira su hedor. Cuando sentimos que alguien puede arrebatarnos a la persona amada, la vigilamos hasta el insomnio, nos convertimos en unos perros de presa, pues ese sentimiento nos produce un dolor que nos conduce al insomnio, la desazón, la rabia y se nos aceleran los latidos del corazón.
La envidia y los celos nos muerden, nos arañan y nos arrastran a conseguir lo que queremos o a mantener lo que hemos conquistado, siempre con la angustia de perderlo todo ante nuestros reales o supuestos competidores, a los que odiamos mortalmente porque los aborrecemos con odio jarocho. No hay peor dolor que cuando hemos perdido a quien amamos en ese jabonoso parián donde el que no cae, resbala.
EN EL PARIÁN DEL AMOR Y LA INCERTIDUMBRE.
En esta plaza de los sentidos y los sentimientos quien comanda nuestras cuitas es el deseo: es la leña y el combustible en la que arden las ansias de comunión. Ahí sexo, erotismo y amor suelen parecer una y la misma cosa. Pero cualquiera que sea la estación dónde se sitúe la urgencia de la cópula, siempre nos apremia el deseo de buscar y encontrar el oscuro objeto deseo.
Pero más allá de esta reflexión, el deseo dispara la pasión que suele convertirnos en policías de tiempo completo ante el peligro de perder o de que nos birlen a la persona amada. Quién no ha sentido asfixiarse y, hasta perder el sentido, ante un arranque de celos y, por supuesto, quién no ha matado a su rival en amores, al menos simbólicamente.
Quién de nosotros no ha bebido la cicuta de la envidia ante algún sujeto que nos ganó en el parián de las piernas. Las invectivas del enamorado despechado suelen ir también muy lejos: convertir, por ejemplo, a la persona amada en lo más bajo del mundo, cuando el día anterior era considerada el castillo de la pureza. Pero quién no maldice al rival que se sacó la rifa del tigre en esa lotería que suele jugarse con “dados cargados”, hasta el punto de acusarlos de que es un pendejo que no la merece y cosas peores e impublicables.
AY, DOLOR; YA ME VOLVISTE A PEGAR.
¿Quién no ha sufrido estos terribles dolores? Vale decir que estos sufrimientos se nos clavan como cuchillos en lo más profundo del corazón, porque estas pasiones son humanas, demasiado humanas. La envidia y los celos nos causan más estragos que pasar 10 días sin comer, lo que ya es decir una barbaridad.
Si alguien todavía no ha sufrido estos tormentos y duerme tranquilo lo mismo que un niño, lea por favor El Túnel, una novela de Ernesto Sábato, para que sepa lo qué es sentir celos. Pero si quiere sentir el infausto dolor de la envidia, vea la película Amadeus, y se sorprenderá de las terribles invectivas que puede crear una persona enfermo de envidia.
Y sin embargo la envidia y los celos son el motor que obliga a la gente a superarse, pero también a vivir muertos en vida. Pero creo que el amor es el culpable de que se haya creado la música, y sobre todo la música popular, gira en torno al amor y al desamor.
¿Es usted celosa?
¿Es usted envidioso?