Pasión por los toros, la música y los prejuicios políticamente correctos
FRANCISCO CHIQUETE
Hay que haber vivido la magia, el embrujo que genera una plaza de toros en una buena tarde, esas en que el público, el toro y los toreros destapan el frasco de las esencias, como dicen los cronistas taurinos. Entre la algarabía, la música, las emociones …y las cervezas, se va generando una atmósfera inigualable.
Ausente de las plazas desde hace muchos años, el pasado siete de julio viví a través de la televisión una de las emociones más intensas relacionadas con el mundo del toreo.
Yo sé que mis amigos progres van a rechazar este entusiasmo porque ya no es bien visto el arte de Cúchares, pero me arriesgo.
La lidia propiamente dicha es sólo una parte del espectáculo. En derredor hay muchas cosas que uno se va grabando a través del tiempo. Ya grande, mi madre se estremecía al oír Francisco Alegre, pasodoble que tocaba la Orquesta Borrego para ambientar, mientras ella, de ocho o nueve años, se deslizaba por debajo de las gradas de la placita en Rosario, porque no podía pagar el boleto de entrada.
Una tarde de los años 70, mientras Eloy Cavazos volvía loco al público en la plaza que ya mero derriban, mi amigo Rafael Franco se metió al callejón, donde compartía unas cervezas con otros colados. En eso se brinca el toro y pone a todo mundo a correr, sólo que a Rafael lo agarró muy cerca y para salvarse dio un salto sobre el burladero interior, se agarró de la reja que protegía al primer tendido y saltó olímpicamente a donde estaba el público. No sólo fue la hazaña atlética consumada en segundos, Fue que todo lo hizo con una sola mano porque en la otra estaba el vaso de cerveza que no soltó ni derramó -ni una gota- y que se empinó de una cuando ya estuvo a salvo.
Pero esta vez mis emociones fueron motivadas por el final de la corrida. Despachados sus bureles, Pablo Hermoso de Mendoza decía adiós a su actividad y de pronto irrumpe en la arena, en Pamplona, un mariachi que entonó el himno de José Alfredo Jiménez: Pero sigo siendo el rey, coreó a una sola voz la plaza entera, y no sólo el estribillo, sino la letra en general.
¡Qué orgullo que una canción mexicana esté tan metida en la mente y el corazón de gente de otros países! Ya sé que mis amigos chairos van a decir que fuchi los españoles, colonizadores despiadados que no quisieron pedir perdón, pero aún así, la trascendencia de nuestros rasgos de cultural popular es algo que emociona, aunque mis amigas feministas me reclamen el machismo de José Alfredo.
Fue como ver esos estadios de Estados Unidos en que el público corea con el alma los versos de Sweet Caroline, de Neil Diamond. Aunque mis amigos antiimperialistas se quejen de la colonización cultural de los gringos. A esos no les habría gustado el reciente vídeo que subió Neto Coppel cantando y bailando desde primera fila a la par que Mick Jagger ‘I Can’t Get No) Satisfaction’ en el reciente convierto de Los Ángeles. “Es que la ola británica sostiene a un imperio decadente”.
Total que las emociones del toro, la música y las analogías me trajeron a hacer un recuento de los prejuicios políticamente correctos que ahora campean ¡Ole!