*El informe: nuevo nombre a Oportunidades
*¿Y las viejas tradiciones de esta efemérides?
*Finalmente le dijeron adiós a Ángel García
FRANCISCO CHIQUETE
No hay presidente que se resista ni a los reflectores del sacramental informe de gobierno, aunque sea fuera del Congreso, ni al recuento pormenorizado de lo que se hizo, se quiso hacer y se cree haber hecho. En el caso de Enrique Peña Nieto por supuesto, la carta fuerte tenía que ser el menú de reformas estructurales que se realizó durante los últimos meses en el Congreso de la Unión.
Reformas constitucionales y leyes secundarias que dan al país un nuevo marco legal para el desarrollo económico. Trajeron por fin los cambios que empresarios y políticos con aires de modernizadores estuvieron exigiendo, que anunciaban y demandaban, pero que no alcanzaban a concretarse, sobre todo por el miedo que siempre genera ir contra la historia.
La propiedad del estado sobre los recursos naturales era uno de esos dogmas que no sólo manejaban los que controlaban la liturgia, sino que la sociedad efectivamente sentía como esencial. Todas las encuestas muestran esa concepción de la sociedad mexicana, pero Peña Nieto tuvo la habilidad de irse por las élites políticas, de construir acuerdos y de sacar las reformas sin necesidad de preguntarle a la gente, hasta que las cosas pudieron presentarse como cosa hecho, aunque, ojo, no son de ninguna manera cosa juzgada.
Y no nos referimos a la consulta ciudadana que busca la izquierda y que seguramente será rechazada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyos miembros presumen ser de esa misma corriente modernizadora, sino a la reacción de una sociedad que no espera gran cosa, pero que sí terminaría por reaccionar si a la hora de la hora no se concretan los maravillosos beneficios que se nos han ofrecido como recompensa por la pasividad.
El primer tiempo del banquete informativo fue la transformación de Oportunidades en Progresa. Cada presidente llega y crea un nuevo membrete que da sello y bandera a su gobierno, desde el ya afortunadamente lejano Pronasol. El diagnóstico de Peña Nieto para enterrar a Oportunidades fue impecable: a pesar de los miles de millones destinados a la tarea de rescatar a los marginados, el número de pobres en el país sigue siendo el mismo.
En efecto: sexenios pasan y también pasan carretadas de dinero sin que la gente tenga beneficios concretos. Los gobiernos trabajan para la estadística, y si la estadística dice que los afectados de pobreza extrema dejan de tener ese rango cuando aseguran ingresos por más de veinte dólares al mes, pues a regalárselos, aunque los veinte dólares –debidamente convertidos a moneda nacional, por supuesto- no les sirvan sino para seguir en la sobrevivencia. El propósito, cambiar la estadística o al menos entretenerla, ya fue alcanzado y consignado para que se vea en el ámbito internacional. Y si lo reproducen los periódicos estadunidenses y algunos europeos, mejor.
El presidente habla ahora de dar acceso a créditos baratos para que la gente pueda generarse sus propios ingresos, sin dejar de obtener los apoyos y becas que ahora tiene. Ojalá vengan acompañados de impulsos a la organización, porque al final cuando se entregan créditos así nomás, todo va al fracaso. Ojalá que además no tengamos, por cuenta de Progresa –así se llama el sucedáneo de Oportunidades una nueva generación de empanaderos, de artesanos que carecen de mercados, de torteros y pizzeros que terminan comiéndose el puntero (perdón, hoy se llama “capital semilla”, o mejor aún: “Shell money”) porque en su colonia y a veces en todo el pueblo no hay capacidad para comprarles los productos.
Si nuestros prohombres del gobierno no siguieran pensando que están en Harvard, en Yale o en el MIT, se atrevería uno a aconsejarles volver a intentar con el cooperativismo para organizar a la sociedad y sacarles más provecho a los financiamientos, aunque pensándolo bien, mejor no darles ideas. En el caso del camarón y la pesca en general, fueron los que manejaban el financiamiento oficial quienes empujaron la corrupción que terminó por destruir un proyecto social que había generado expectativas de vida y progreso a miles de pescadores (marginados entre los marginados).
Por ahí desfilaron otros anuncios, el más apetecido, el del nuevo aeropuerto en la capital del país. ¡Ciento veinte mil millones de pesos! Los propios voceros de las expectativas empresariales se permitieron comenzar el gozo, el contento que se advertía en las caras de los grandes empresarios de la construcción y actividades afines.
La obra es necesaria, indudablemente. El impacto económico también. En un país donde la inversión privada está contraída más allá de lo explicable por un diferendo con la reforma fiscal, los grandes polos oficiales de desarrollo son verdaderos baños de agua fresca en plena canícula, aunque haya muchos que se salpiquen indebidamente (recuerden los hoy famosísimos “moches”).
Como en todas las ceremonias, aunque las formas del juego parecen ser otras, no deja de verse quién estaba junto a quién. Los gobernadores estaban en una platea especial; los secretarios en la misma línea. Allá estaba Francisco Labastida Ochoa; para allá algunos legisladores priístas. Personajes históricos y hasta prehistóricos. A estas alturas, todavía hay que aparecer para ser.
Por supuesto, todavía hay salutaciones. Entusiastas, arrebatadas, trompicadas o tímidas, como no queriendo que “el señor presidente” se acuerde “de aquello”. O que no se le vaya a olvidar lo que yo creo que me ofreció, “ahora que ya vienen las elecciones en mi estado”.
Se ha perdido el folclor por supuesto. Ya el presidente no sale a bordo de un convertible lujoso a recibir la lluvia de papel picado por las calles capitalinas; ni siquiera se monta en un autobús reforzado entre filas de policías antimotines, como hizo Vicente Fox sólo para toparse con la novedad de que no podría pasar del Lobby del Congreso y debía dejar ahí el paquete de documentos que contenía el informe. Se fue con la cara de incredulidad de quien ignoraba todo acerca del potro furioso en cuyos lomos pretendía ejercer la dirección.
Mucho menos hemos visto repetirse, por fortuna, los falsos rituales de José López Portillo que en compañía de una familia desintegrada, posaba para las fotos tocando el vientre de una estatua en los jardines de Los Pinos. Era la diosa azteca de la fertilidad, que en seis años fue incubando la repetición inagotable de nuestros problemas.
Tampoco hemos dejado de escuchar las declaraciones de respaldo, de anexión incluso a todo lo dicho por el presidente. Lo que haya dicho, no importa. Las protestas de fidelidad, las felicitaciones por todo lo que seguramente va a traer este nuevo hito de la historia patria que protagoniza “el señor presidente”.
Hasta los personajes de la oposición formal caen en el embrujo de la fecha. En Mazatlán el alcalde Carlos Felton González aprovecha la oportunidad para quejarse por el retraso con que llegan los dineros de la federación: termina el tercer trimestre y apenas llegan, pero ello no impide que se asome la civilidad, la cortesía y el “porsiacaso”, que le lleva a decir que la labor de Peña Nieto, en estos dos años de gobierno, “ha sido buena, en términos generales”.
LE CANTARON LAS GOLONDRINAS
POR CUENTA DEL INNOMBRABLE
Si Burgos Marentes le puso una marca con la cara de Gerardo Vargas a la cacha de su pistola, el innombrable ya puede presumir en la suya el nombre de Ángel García, quien hasta ayer fue director de Ecología en el gobierno municipal.
Tanto Ángel como la secretaria del ayuntamiento, María del Rosario Torres Noriega, sostuvieron que fue él quien renunció, aunque –por si acaso- cuando él estaba todavía en el escritorio de la oficina, ya había un cerrajero cambiando chapas y llaves en las puertas del local.
Es el primer caído del gabinetazo feltonista. Lo sustituyeron, por mientras, con el abogado Jesús Ramón Gómez Mendoza, quien trabaja en el jurídico del ayuntamiento, y el puesto más ecológico que ha desempeñado es la coordinación del Tribunal de Barandilla.
La posición de Ángel García correspondía al acuerdo político que garantizó la participación del PRD en la Alianza que le permitió a Felton ganar la elección. Lo curioso es que es partido no está alegando la inocencia de su militante, o sí, pero lo que pelea con más énfasis es el derecho de pernada sobre el puesto, es decir, el derecho a decidir quién se queda ahí, sin especificar que haya candidatos con experiencia o trayectoria. Sólo por la militancia.
A como se ven las cosas, nadie duda que el innombrable haya sido más bien la mano del gato, el pelele de la función de títeres.