Servidores de correo electrónico encriptados, reuniones secretas, estricta confidencialidad: cómo la identidad del ganador del Balón de Oro, el mayor premio individual del fútbol, se guarda como un secreto de Estado.
En esta época del año, Pascal Ferré responde la misma llamada, una y otra vez. Lo llaman de todo el mundo. A veces, es el ejecutivo de un equipo o el presidente de un club. A menudo, es un representante, encantador e inquisitivo. En alguna ocasión, incluso podría ser uno de los jugadores más famosos del mundo.
Sin importar cuál sea la voz del otro lado de la línea, en esencia todos siguen el mismo patrón con Ferré, el genial y barbado editor en jefe del semanario France Football. Las conversaciones comienzan con una charla casual y preguntan con desinterés por el estado general de la salud de Ferré. Luego, van directo al grano.
Entonces preguntan cómo van los preparativos de la gala anual de la revista, en la que se anunciarán los ganadores y las ganadoras del premio individual más codiciado del deporte, el Balón de Oro. Bien, bien. ¿Ya terminó la votación? ¿Todo ha salido bien? Sí, sí. Ferré sabe qué viene después, la verdadera razón de cada una de las llamadas. Quieren saber lo único que no les puede decir.
Dos aspectos ilustran mejor el celo con el que Ferré y su personal resguardan la identidad de los ganadores del Balón de Oro. El primero es que Ferré es una de las dos personas, incluso al interior de la revista, que sabe quién ganó. Y el segundo es que la segunda persona, su asistente ejecutivo de confianza, solo lo sabe por si algo le pasara a Ferré. “Imagina que sufro un accidente”, comentó. “Todavía tendría que haber un Balón de Oro”.
A Ferré no se le puede persuadir de soltar el nombre. “Es mi sexto año a cargo del evento”, mencionó. “Todavía no cometo un error”. Todos esos esfuerzos apenas velados para engatusarlo con el fin de obtener una respuesta se topan con la misma réplica. “No quiero mentir”, dijo. Sabe quién es el ganador. “Pero les digo que no puedo compartir el nombre porque los ganadores todavía no lo saben y no sería correcto que no fueran los primeros en enterarse”.
Deja hasta el último momento posible, la invitación de los ganadores a su círculo de confianza. Esta semana, planeaba informar a los ganadores de este año, unos días antes de la gala en el Teatro del Châtelet de París que tendrá lugar el lunes. Incluso eso es una especie de concesión de practicidad: según Ferré, debe alertarlos para que pueda estar seguro de que saben cómo se desarrollará la ceremonia.
Solo en ese momento el secreto de Ferré saldrá de su control. Durante meses de anticipación, es tratado como un asunto de la más estricta confidencialidad, protegido por un régimen de tal discreción que incluso Ferré admitiría que pudo, bajo cierta mirada, rayar en lo “paranoico”.
En esencia, la preparación para la gala dura todo el año. Sin embargo, a finales de septiembre comienza el trabajo en serio. Diez miembros de France Football se encargan de reunir dos listas: los 30 futbolistas hombres y las 20 futbolistas mujeres que, según ellos, justifican su inclusión en la lista de finalistas. Una vez que se presentan esos nombres, se juntan en la oficina de la revista para tener lo que Ferré llama, con gentileza, “una discusión”.
La verdad es que, claro está, muchos de los nombres tienen una clara mayoría detrás de ellos. “Para los hombres, tal vez 20 o 22 jugadores serán evidentes para todos”, dijo. “Debatimos los últimos ocho o diez. Las reuniones pueden ser largas, dos o tres horas, pero necesitamos que todos se sientan orgullosos de la selección final. No se trata de la lista del jefe. Y no queremos olvidar a nadie: hace un par de años, calculamos que, entre nosotros, habíamos visto 1000 partidos o más ese año. Llegar a la lista es algo muy serio”.
En cuanto se llega a algo parecido a un consenso, a inicios de octubre, France Football envía su lista de finalistas a su jurado de más de 170 periodistas de todo el mundo (y también los anuncia en público) para que voten.
Es en este momento cuando cae el velo del secreto. Los jurados —uno por país— colocan sus cinco opciones, en orden, en lo que Ferré describe como un “servidor de correo electrónico privado”. Bajo la presión para revelar cuál es la forma que toma, puso reparos: el sistema es tan secreto que se rehusó a divulgar incluso su funcionamiento, solo mencionó que tan solo él y su secretario tienen acceso. Al resto del personal de France Football no se le informa nada.
“Somos muy cuidadosos”, comentó. “Pero la identidad del ganador del Balón de Oro es un gran secreto. No hay un equivalente en el resto del deporte, creo”. Sonó un poco dubitativo cuando se le comentó que el paralelo más inmediato eran, tal vez, los resultados de los Óscar.
El hecho de que caiga tanta responsabilidad en los hombros de Ferré, y su revista, no se le debería atribuir a un sentido inflado de su propia importancia. Tratan el Balón de Oro con seriedad porque saben cuánto significa con exactitud para los jugadores. Cuando Ferré llamó a Luka Modric, el ganador de 2018, para darle la noticia de que había ganado, el croata, “lloró como un niño”, recordó Ferré.
“Es la Navidad para ellos”, opinó. “Es la única oportunidad que tienes en un deporte de equipo para celebrar por ti mismo”.
Es una importancia que parece crecer con cada año que pasa. La primacía del Balón de Oro es un fenómeno curioso. En 2010, se unió al equivalente oficial de la FIFA, el premio al mejor jugador del año, para convertirse en el Balón de Oro de la FIFA.
Cuando esa asociación terminó, en 2015, y la FIFA lanzó los premios imaginativamente titulados “The Best”, habría sido posible creer que el brillo del Balón de Oro podría desvanecerse un poco.
Sin embargo, el atractivo del Balón de Oro sigue creciendo. Kylian Mbappé lo ha descrito como “una ambición para cualquier jugador que aspire a ser el mejor”. Su compañero de la selección francesa Paul Pogba dejó claro hace varios años que era un premio al que “aspiraba”.
Incluso Robert Lewandowski, quien alguna vez se burló de las elecciones de France Football —“No sé por qué un jugador termina en el lugar 50, otro en el 25 y otro en el cinco”, dijo en 2017—, ha cambiado de opinión.
Lewandowski, el delantero del Bayern Munich, era considerado por muchos como el favorito para ganar el premio el año pasado antes de que fuera cancelado —no sin controversias— debido a la pandemia. “Mis logros responden a esta pregunta”, respondió cuando se le cuestionó si era merecedor del galardón. “Significaría mucho para mí ganarlo”.
El origen exacto de ese aspecto está abierto a debate. Podría ser un indicador del giro gradual del deporte hacia el foco en las estrellas individuales, en vez del éxito colectivo, o el ascenso de la percepción de los jugadores, primero que nada, a ser considerados como marcas.
Quizá la rivalidad entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo para ver quién puede ganarlo la mayor cantidad de veces ha convertido al premio en una medida indirecta de la grandeza. “Ronaldo solo tiene una ambición y esa es retirarse con más Balones de Oro que Messi y lo sé porque me lo ha dicho”, comentó Ferré.
Para Ferré, sin embargo, el atractivo del premio es mucho más simple. El glamour perdurable del premio tiene sus raíces en su historia. El Balón de Oro se celebra desde 1956. George Best ganó un Balón de Oro. Franz Beckenbauer y Alfredo Di Stéfano ganaron dos. Johan Cruyff ganó tres. Para Ferré, ganar un Balón de Oro es entrar en el panteón de este deporte.
“No tiene que ver con el dinero”, expresó. “Es solo el trofeo. Pero tener uno es tener un lugar en la historia. Creo que si miramos las estadísticas de Messi y Ronaldo, veremos que siempre marcan muchos goles en septiembre y octubre, cuando se producen las votaciones. Eso no es una coincidencia”.
Eso está en juego cuando se acerca el otoño y los votos comienzan a llegar. Eso explica por qué tantos jugadores, representantes y ejecutivos no pueden esperar para enterarse si ellos, o sus jugadores, han ganado. Y eso ilustra por qué Ferré y su revista tratan el nombre del ganador como un secreto de Estado hasta el último momento posible. Después de todo, vale la pena esperar por algunas cosas.