FRANCISCO CHIQUETE
Mazatlán, como muchas ciudades del país, amaneció con sus calles vacías. La mayor parte de las escuelas dejo de funcionar, así que ni madres de familia ni maestras circularon, como tampoco lo hicieron empleadas bancarias, trabajadoras del sector público y profesionistas. Fue el día sin mujeres.
El domingo se registró la mayor marcha feminista de que se tenga memoria, seguramente en cada ciudad también. No es para menos: el país vive una verdadera crisis de feminicidios, de violencia intrafamiliar y cada reclamo de nuestras féminas está más que justificada.
Es una pena que después de demostraciones tan contundentes, el presidente Andrés Manuel López Obrador haya insistido en descalificar y minusvaluar al movimiento de las mujeres, reclamando incluso que haya tenido cobertura de los medios, mientras que a sus movilizaciones como opositor no las hayan pelado, según él.
Cualquier autoridad, cualquier actor político o social, debe entender que las cosas no pueden seguir como hasta ahora. Después de estas contundentes exigencias tiene que haber respuestas oportunas, sin esperar a que los casos se vuelvan mediáticos como ha ocurrido con los que últimamente se han solucionado o se empiezan a solucionar en la capital del país.
La tarea es grande. El domingo, mientras miles y miles de mujeres marchaban en todo el territorio nacional contra la violencia de género, hubo en diversos estados tres asesinatos de mujeres, y todo con características de feminicidios.
Hubo muchas mujeres ausentes y muchas que por razones económicas tuvieron que acudir a trabajar. Hubo también expresiones lamentables, como la del alcalde Jesús Estrada Ferreiro, de Morena, quien reclamó una pinta de “Culiacán Feminicida” en el palacio municipal. No hay suficientes feminicidios como para justificar esa expresión, dijo. No aclaró a cuántas mujeres deben asesinar para que él acepte el dicho.
Por supuesto, tampoco ha cambiado el criterio de las autoridades ministeriales que se hacen cargo de las denuncias y que con mucha frecuencia son el principal obstáculo para que se haga justicia.
En la política no hay cambios importantes. En medio de estos acontecimientos, el estado vive el proceso para designar a la titular del Instituto Sinaloense de las Mujeres, y todos los involucrados han actuado por intereses partidistas o particulares antes que por la protección a la mujer.
Este nombramiento se hace a partir de una sugerencia del gobernador del estado, que el Congreso debe ratificar o rechazar, hasta alcanzar la coincidencia. El gobernador propuso la ratificación de Aracely Tirado, quien estaba en funciones, y el Congreso la rechazó. No hubo argumentos sólidos que avalaran la negativa. Incluso la comisión legislativa correspondiente emitió un dictamen aprobatorio, que fue rechazado por la mayoría morenista de la Comisión Permanente del Congreso.
Morena hizo lo que tenía que hacer un partido opositor en un gobierno dividido: hacer tropezar a la contraparte. Tenía que fijar su posición rumbo a la sucesión gubernamental. En realidad Aracely Tirado no tenía grandes cartas qué presentar, pero tampoco sus descalificadores lo hicieron. La senadora de Morena Imelda Castro Castro se lanzó a influir contra la ratificación, con un video en que hablaba contra la terrible situación que, dijo, vive Sinaloa en materia de feminicidios. Irónicamente el video se grabó en los días de agitación generada por la muerte de la niña Fátima, además de otros dos o tres casos mediáticos, simultáneos, que por haber ocurrido en territorio de Morena, no le merecieron el menor comentario. Es que no se trataba de ver el problema de los feminicidios, sino de la adelantada pugna político-electoral.
No hay quién se salve de los dislates y falta de capacidad de respuesta.
Por eso las mujeres están enojadas. Por eso todo mundo debe ponerse las pilas y empezar a atender con efectividad en primer lugar al monstruo de la impunidad, y luego las tareas de mediano y largo plazo, como los equilibrios económicos y sobre todo la educación, una nueva culturización para alcanzar, como dicen las feministas, la deconstrucción del machismo. Esta pudiera ser la última oportunidad de hombres y mujeres que tienen en sus manos las responsabilidades correspondientes.