Todo comenzó con el brote de coronavirus en un crucero Diamond Princess en febrero de 2020.
Nueve trabajadores de la salud y oficiales de cuarentena que estaban respondiendo al brote en el barco en Japón se infectaron. Un informe oficial sugirió que lo más probable es que se hubieran infectado por contacto con gotas infecciosas y superficies contaminadas. Sin embargo, como experto en investigación de infecciones respiratorias, tenía mis dudas. Se trataba de personas con experiencia en procedimientos de control y prevención de infecciones y era difícil creer que ni uno ni dos, sino nueve de ellos no se lavaron las manos correctamente. Si bien esto todavía estaba ocurriendo en los primeros días de la pandemia, parecía posible que el coronavirus se estuviera propagando de otra manera que no fuera a través de grandes gotas.
Luego un informe reveló que un viajero de China que visitó Alemania transmitió el coronavirus a otras personas a pesar de no tener síntomas en ese momento. Este informe confirmó lo que yo y mis colegas que ayudábamos al Ministerio de Salud de Japón a responder a la COVID-19 habíamos especulado: que el coronavirus se estaba propagando por personas asintomáticas o que aún no habían desarrollado síntomas.
En ese momento, tuvimos que considerar si los aerosoles (partículas o gotas infecciosas diminutas suspendidas en el aire) estaban desempeñando un papel en la forma en que se propagaba el coronavirus. Esto no sería una sorpresa. En 2017, un informe de la Organización Mundial de la Salud discutió el papel fundamental que desempeñó la transmisión por aerosol en la propagación de la influenza. ¿Por qué no podría ocurrir de la misma manera para la COVID-19, una enfermedad respiratoria similar?
La manera tan única de rastreo de contactos de Japón también nos dio más pistas sobre cómo se propagó el virus. Mientras que otros países se enfocaron en el rastreo de contactos prospectivo, en el que los rastreadores de contactos identifican y notifican a los contactos de las personas infectadas después de que se infectan, nosotros utilizamos el rastreo de contactos retrospectivo. Se trata de una enfoque en el que los rastreadores identifican a una persona infectada y analizan en retrospectiva para averiguar cuándo y dónde se infectó esa persona y quién más podría haberse infectado de manera simultánea.
Este enfoque resultó ser crítico, pues, aprendimos que el coronavirus se estaba propagando de manera predominante a través una pequeña cantidad de personas infectadas que luego continúan para crear eventos de superpropagación. Mi colega de investigación Hiroshi Nishiura calculó que lo más probable es que la mayoría de los casos procedieran de personas infectadas en entornos cerrados y en interiores. Más datos de los centros de salud pública de Japón confirmaron que la mayoría de los brotes de COVID-19 se producían en entornos cerrados de contacto estrecho, como restaurantes, clubes nocturnos, bares de karaoke, locales de música en vivo y gimnasios.
Esto ahora se ha convertido en conocimiento común, pero lo sabíamos antes de que febrero de 2020 terminara y antes de que la Organización Mundial de la Salud considerara a la COVID-19 como una pandemia. Desde entonces, esto se convirtió en el fundamento de la estrategia de Japón y es, en última instancia, lo que permitió que el país tuviera una de las tasas de letalidad más bajas entre sus pares.
Si el SARS-CoV-2, el coronavirus, se propagaba por aerosoles y la gente podía contagiar el virus antes de desarrollar algún síntoma, significaba que la COVID-19 era en gran medida invisible y que sería extremadamente difícil de eliminar. Las enfermedades anteriores, como el SRAG (causado por el SARS-CoV, un virus relacionado), que provoca neumonía en la mayoría de los casos, facilitaban la identificación de los pacientes.
Como este no era el caso del SARS-CoV-2, una estrategia de contención sería demasiado difícil y Japón tenía que idear un enfoque para vivir con la COVID-19.
Sugerí un concepto básico: las personas debían evitar las tres ces: espacios cerrados, lugares concurridos y entornos de contacto cercano. El gobierno japonés compartió este consejo con el público a principios de marzo y se comunicó por todas partes. El mensaje para evitar las tres ces apareció en las noticias, los programas de variedades, las redes sociales y también carteles. Las “tres ces” incluso se mencionaron como la frase del año en Japón en 2020.
Aunque Japón declaró ciertos periodos de estados de emergencia pandémicos, eso equivalía a no mucho más que advertencias redactadas enérgicamente y algunas restricciones de viaje para los residentes. (Japón ha prohibido la entrada de turistas extranjeros al país). Nunca se tomaron medidas drásticas, como confinamientos, porque el objetivo siempre fue encontrar formas de vivir con la COVID-19. (Las leyes japonesas tampoco permiten los confinamientos, por lo que el país no podría haberlos declarado aunque los hubiéramos creído necesarios).
Las tres ces le enseñaron a la gente qué contextos evitar. La forma en que lo hacen puede ser diferente, según las circunstancias individuales y la tolerancia al riesgo. Algunas personas pueden quedarse en casa. Otros pueden permanecer en silencio en los trenes saturados mientras viajan al trabajo para evitar la propagación. Algunas personas pueden cenar fuera, pero evitan sentarse de inmediato uno frente al otro. Es probable que la mayoría de las personas sigan usando cubrebocas.
Ese tipo de señales de comportamiento pueden funcionar mejor en ciertos entornos sociales y Japón tiene una tendencia al cumplimiento y a la respuesta a la poderosa presión social. Quizá no todos estén de acuerdo con las medidas preventivas, pero muchos se muestran reacios a enfrentar la desaprobación de sus amigos y vecinos.
En cuanto a la cantidad de casos y muertes, a Japón le ha ido bien en comparación con otros países. Ha tenido alrededor de 146 muertes por cada millón de personas durante la pandemia hasta ahora. Estados Unidos ha tenido alrededor de 2590 muertes por millón.
La estrategia de Japón frente a la COVID-19 con frecuencia se ha malinterpretado. Algunos han supuesto que al país le estaba yendo mal y lo estaba ocultando o le estaba yendo muy bien debido a tradiciones confucianas de las personas a dar prioridad a la comunidad antes que a sí mismos. En realidad, se utilizó la ciencia para crear una estrategia efectiva y un mensaje digerible. Ese mensaje, de evitar las tres ces, era procesable sin ser alarmista y ofrecía una solución que podría durar más que las circunstancias cambiantes. Funcionó debido a una confianza subyacente entre el público y el personal de respuesta a la pandemia.
Nuestro enfoque no ha estado exento de repercusiones. Nuestra economía sufrió y personas como los trabajadores de la industria de servicios perdieron empleos mientras se evitaban los restaurantes y los bares. Algunos han sufrido problemas de salud mental provocados por el aislamiento. En el futuro, el gobierno japonés debe reconocer los desafíos, mejorarlos y trabajar para proteger a las poblaciones más vulnerables y desatendidas.
Sin embargo, en términos generales, Japón ha resistido bien la COVID-19. Después de un periodo de bajas tasas de transmisión, el país enfrenta un aumento en los casos debido a la variante ómicron, al igual que otros países. Aunque más del 70 por ciento de los ciudadanos japoneses están vacunados, la vacunación por sí sola no será suficiente para que el mundo viva con la COVID-19. El pueblo japonés deberá adoptar el principio de las tres ces cada vez que haya un aumento. Es muy probable que así sigamos adaptándonos a la vida con el virus.
Se requeriría un análisis mucho más profundo para comprender cómo los contextos antropológicos, culturales e históricos han influido en las diversas medidas de respuesta en todo el mundo y su eficacia. Pero, por ahora, sabemos que un mensaje efectivo y con fundamentos científicos ha ayudado a Japón a mantener las muertes en niveles más bajos en comparación con otros países y podría ser un ejemplo de cómo avanzar en un mundo donde la COVID-19 siempre estará con nosotros.