Hubo gente encerrada en plazas comerciales y abandonadas en las calles, sin transporte público.
FRANCISCO CHIQUETE
El miedo es canijo y muy rápido. En cuestión de minutos la noticia de la balacera corrió por todo Mazatlán y generó versiones disparatadas, opiniones sensatas y reclamos por la tardía presencia de la autoridad.
Nadie podía saber qué ocurría exactamente, pero los disparos se escuchaban por todos lados.
En realidad fue una agresión directa o persecución (a la medianoche no había una versión oficial) en la que murió una persona y miles quedaron afectados por este nuevo envite de la violencia, que aterrorizó incluso a quienes estaban a salvo en sus propias viviendas.
La balacera ocurrió al norte de la ciudad, sobre la avenida Óscar Pérez Escoboza, también conocida como Libramiento II, pero las detonaciones volaron sobre colonias ubicadas a varios kilómetros, de modo que las versiones hablaban de enfrentamientos simultáneos en la fuente de los Cántaros, en el Infonavit Alarcón, en la Colonia Jaripillo, en la Francisco Villa y en el Infonavit Playa.
Los primeros aterrorizados fueron los clientes de negocios de comida que a esas horas del domingo tenían gran demanda.
El miedo se extendió a la cercana Plaza Acaya, donde todos corrieron a refugiarse en la tienda Soriana, cuyos espacios públicos están más alejados de la avenida. La plaza, dijeron, quedó cerrada con la gente adentro, presa de terror.
Mucho más distante, en el Wallmart de la Ejército Mexicano, su protocolo consistió en cerrar una puerta y apurar a la clientela para que se fuesen cuanto antes.
Pasaban apenas de las nueve cuando el sonido local empezó a advertir que la tienda cerraba a las diez y que deberían apresurar sus compras.
Dentro del mismo local todo mundo empezó a recibir llamadas en que los parientes instaban a permanecer adentro, porque las balaceras estaban muy intensas, o recibieron mensajes a través de las redes sociales, que en pocos minutos retrataron y magnificaron los acontecimientos.
Los policías y el Ejército o la Guardia Nacional llegaron después de los hechos, a tiempo para encintar el lugar, confirmar que el muerto estaba muerto, presumieron que la camioneta estaba blindada y que había desperdigados más de cien casquillos.
Muchos nos enteramos precisamente en el momento de los acontecimientos, excepto las fuerzas de seguridad, que ahí fue donde se enteraron de que los agresores iban en varias camionetas y huyeron rumbo al sur, o eso creyeron los que les vieron partir.
No faltó quién subiera el video de un fuerte operativo de varias camionetas pletóricas de guardias fuertemente armados que circulaban por el malecón, mientras las balas volaban en torno a la Plaza Acaya. Había razones para ello: una noche antes fue asesinado un joven en la cancha Martiniano Carvajal, sobre el sacrosanto malecón mazatleco.
Había que blindarlo, como seguramente desde este lunes van a blindar la Pérez Escoboza, por cuyo pavimento siempre se ha dicho que circulan camionetas particulares llenas de gente armada, pero como no había pasado nada, no se tomaron medidas.
En las redes hubo también noticias fallidas: que se había producido otro crimen en el malecón; que hubo dos explosiones durante la balacera; que no, que fueron disparos de Barret; que la persecución siguió con sus respectivos disparos hacia la carretera al sur.
Fueron quince minutos de disparos, según algunos; a otros les pareció que fueron treinta. Las familias se recontaban, se buscaban, trataban de ubicar a sus parientes que estaban de turno.
Hechos colaterales: apenas se soltaron los disparos, desaparecieron los taxis, aurigas, pulmonías, ubers y didis, como desaparecieron los camiones urbanos de todas las rutas, dejando a cientos y cientos de personas olvidadas en la calle, abandonadas a sus miedos pues aunque ya no hubo nuevos hechos, siempre queda el resquemor de que las camionetas regresen.
¿Te imaginas la gente de Culiacán, con estas cosas todos los días? No, ni el de la conversación ni nadie puede aquilatar con precisión un infierno de ese tamaño.