¡El Estado ha muerto! ….. (Crónica de una agonía)

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Carlos Calderón Viedas

Con este título, de reminiscencias catastróficas y que pudiera resultar escandaloso para algunos lectores, he querido resumir el proceso de reformas estructurales que el Estado mexicano viene realizando desde hace más de tres décadas y que han modificado de manera drástica el funcionamiento de los subsistemas económico, social y político.

La agonía inicia con Miguel de la Madrid, cuando su gobierno tuvo que aceptar las draconianas condiciones del Fondo Monetario Internacional para que México pudiera recibir el capital fresco que necesitaba para salir de la grave crisis de deuda en que se encontraba. Las medidas consistieron en reducir el gasto público, liberalizar el comercio exterior, quitar barreras a la inversión extranjera, privatizar la economía y contener los salarios, lo que dio como resultado sexenal una devaluación del 3,100%, la inflación galopante que acumuló 4,030%, un poder adquisitivo del salario desplomado 70%, la caída del PIB per cápita en 10% y la venta en remate de 742 empresas propiedad del Estado.

Con Carlos Salinas de Gortari continúa el proceso de cambio al tiempo que aclara sus perfiles. El modelo a seguir es el llamado Consenso de Washington, una receta universal que Estados Unidos y los organismos financieros internacionales buscaban aplicar a los países de menor desarrollo -ahora se impone también en naciones europeas como España, Grecia, Italia, Portugal, entre otras-. La implantación del CW no podía haber encontrado mejor momento en México, con de la Madrid los principales funcionarios del área económica del gobierno habían sido educados en Norteamérica y en Inglaterra. Eran los tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, principales impulsores del neoliberalismo en el mundo.

Salinas profundiza el desmantelamiento económico del Estado con medidas más radicales, reforma el artículo 27 de la Constitución para privatizar el ejido. Elimina la banca de desarrollo y prosigue con la liberalización de la economía con la quita de aranceles y regulaciones. Con el Tratado de Libre Comercio y la concesión de la autonomía al Banco de México, remarca la tendencia liberal y privatizadora de su sexenio. Con la falacia de hacer más competitiva la economía, Telmex deja de ser monopolio público y se convierte en monopolio privado. Y como postre, modifica las relaciones con la Iglesia y establece relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano.

En los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón se abrió una pausa al vértigo reformador, no porque estuvieran en desacuerdo con la privatización que el PRI llevaba a cabo, sino porque de no haberse interrumpido el proceso privatizador habrían sido los panistas los que hubieran hecho los negocios particulares, y eso no lo iban a permitir los del tricolor.

Con el regreso del PRI a Los Pinos se reabre la temporada de remates, una suerte de Buen Fin sexenal. Los panistas, a pesar de no estar detrás del mostrador, apoyan el esfuerzo de ventas. Ni que decir que en esto de derechizar al país, son de mayor convicción que sus colegas priistas. Seis son las reformas legales y/o constitucionales que Enrique Peña Nieto ha logrado avanzar: hacendaria, educativa, telecomunicaciones, financiera, energética y política, de diferente calado cada una, pero convergentes en el proyecto original de disminuir la presencia del Estado en la conducción del país.

No está mal, podrían alegar algunos, y sí, en efecto, conviene que la sociedad civil se encargue de algunos asuntos que antes se consideraban de competencia exclusiva de la sociedad política. El problema, empero, no es de intenciones sino de realidades que exhiben con claridad meridiana que la

siempre respetable sociedad civil sobrevive bajo fuertes presiones de los mismos intereses económicos que tienen sujetada a la nada respetable sociedad política. Es cuestión de revisar las actuaciones de las instituciones civiles (IFE, Banxico, IFAI, Ifetel y otras) que ventilan los asuntos de interés públicos y se verá cómo coinciden con la magna tarea de sepultar al Estado.

La metáfora es exagerada desde luego pero nos facilita explicar las hurras al mercado, que no son otra cosa que la festiva exclamación por el éxito que han tenido las reformas estructurales implantadas, cuyo principal objetivo es racionalizar la economía mexicana conforme a la fase actual del capitalismo. La ideología neoliberal en la que se inspiran las reformas fue transmitida por la tecnocracia que desde Miguel de la Madrid ocupa los lugares de decisión más relevantes de la administración pública. A esta casta burocrática se le encargó desde el poder económico global lo que qué iba a hacer con el poder político, y lo ha cumplido al pie de la letra.

No es casual que dos ex presidentes de la república, Salinas y Zedillo, sean ahora consejeros de consorcios internacionales y que otro, Calderón, esté refugiado en los claustros de universidades del extranjero. Como tampoco es que varios de sus colaboradores en áreas económicas estratégicas, sean cabilderos de empresas transnacionales que buscan hacer negocios en las industrias que están siendo abiertas a la inversión privada con las reformas de Peña Nieto.

Se habla mucho de la transición democrática puesta en trance en alguna parte del trayecto. Las expectativas que levantó entre la ciudadanía colocó en planos posteriores a otro proceso de cambio que avanzaba con paso firme, el relevo del fetichismo del Estado por el fetichismo del mercado. La muda ideológica es más evidente en los políticos del PRI, acaso porque son los que detentan el poder, pero en aquellos que pertenecen a generaciones anteriores cuando prevalecía la primera mentalidad, es francamente patético verlos defender la segunda postura.