Pero ese mundo mágico la palabra era piedra que se esculpía sobre piedra. La palabra se decía para cumplirse y se cumplía para decirse. Vale decir que esa palabra granítica siempre tuvo como referente un lenguaje oblicuo, receloso, por donde solía expresarse el resentimiento de esa raza de bronce que solía cantarle a la pobreza sin sentir ningún dolor…El no sostener la palabra, una vez hecho un compromiso, equivalía a no tener güevos, lo cual era una acusación de lesa hombría. Era, para decirlo rápido, un rajado. Era un bato que tenía, perdónese a Octavio Paz, una inmensa como sugestiva “rajada” femenil. Esta acusación equivalía a señalar, por otra parte, que las mujeres, esos animales de pelo largo e ideas cortas, según el machista Schopenhauer, eran personas a las que no podía creer ni la O por lo redondo, y ello solamente por esas groseras razones que hoy sólo defiende un talibán venido a menos.
En la trama de esos renglones torcidos, los santos inocentes de las rancherías nunca imaginaron que esas palabras de hierro fuesen sustituidas por las joterías vergonzantes de las letras de cambio y los pinches pagarés que los hacían “firmar” los licenciados del Banjidal, ay, tan boquiflojos como manilargos. Y no solamente porque esos infaustos papeles les restregaban en la cara que su palabra valía madres, sino porque además les infringían una segunda humillación: evidenciaban su analfabetismo, ya que tenían que estampar en esos papeles su huella digital – huella vegetal, decían los ejidatarios-, con la cara roja de vergüenza, porque suponían, no sin razón, que quienes les zangoloteaban el dedo gordo les estaban diciendo “analfabestias”.
No sé desde qué tiempo se incubó un sentimiento de rechazo a los esforzados trabajadores de la palabra. Sabido es que Zapata y Villa despreciaban a los tinterillos de la República de las Letras por lenguaraces; Rousseau, en su Discurso de las Letras y las Artes, abominó a los que ‘ensortijaban’ el lenguaje para darle la espalda a los buenos sentimientos. Hubo quienes, como González Rojo, creyeron que había nacido una clase intelectual que expropiaría a la clase obrera su luminoso destino a fuer de un lenguaje más retorcido que una culebra recién pisada. Y aunque usted no lo crea, existen todavía sectores trogloditas del PRD que, en sus sudorosas pesadillas, se sueñan perseguidos por intelectuales con un enorme cuchillo, y no precisamente en la mano…. Tal vez este desdén, odio o qué sé yo contra la intelligenstsia, tenga que ver con un axioma que se ha hecho ley a fuerza de repetirse:!Qué verbo mata a carita…!
Pero ese mundo mágico, construido con los adobes de la inocencia que algunos le llaman fe, se nos fue yendo porque el mundo de los letrados, la luz eléctrica y el gobierno trinquetero lo fueron destruyendo como el golpe incesante de la gota en la roca. Pero aquellos hombres siguieron siendo fieles a la palabra empeñada, tal vez porque ésta, lo digo con jiribilla, tenía la posibilidad de ser olvidada y más aún negada; porque el tiempo es como el viento: se lleva las palabras, las seca, las distorsiona, las resignifica y, de un manotazo canalla, las borra del diccionario que es más lenguaraz que el profe Felipón. A pesar de que nuestros viejos fueron cruzados de la palabra, no por ello dejaron de luchar para que sus hijos aprendieran a ler y a escrebir, porque siempre supieron, a pesar de su encabronamiento, que su mundo se había jodido de un plumazo.