EL DÍA QUE TEMBLÓ DOS VECES EN MAZATLÁN

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Enrique Vega Ayala

 

La noticia sobre los temblores en Mazatlán, más allá de los datos técnicos sobre su magnitud, localización del epicentro, la hora en que se registraron y su duración; por encima de la novedad y lo impactante del hecho de que el mismo día se presentaran dos movimientos telúricos; lo verdaderamente notable del caso es que ni cuenta nos dimos cuando tembló.

En cualquier otra localidad con tradición sísmica, luego de la primer sacudida, mucha gente suele quedarse en las calles a dormir, o en vigilia temerosa de las replicas. Aquí no hubo, ya no digamos, alarma. Ni siquiera una mínima actividad en las calles, que denotara la existencia de un suceso extraordinario, sorpresivo, poco común.

Cuando se va la luz —sobre todo en tiempo de lluvias—, cuando los apagones son frecuentes, no bien se hace la obscuridad, se levanta un murmullo sordo por las calles. El calor y la indignación sacan a la gente de sus casas. Los vecinos comentan a voces sobre la ineptitud de la CFE y, en la medida en que se prolonga la falta de energía, empiezan a preguntar a gritos por la extensión del apagón, qué tan lejos o qué tan cerca hay luz, como si de ello dependiera la solución al desperfecto. Al momento en que se hace la luz, como si se encendiera algo dentro de cada vecino, un ¡Ahhhh! multitudinario corona el suceso y todo vuelve a la rutina.

El primer sismo transcurrió veinte minutos después de la media noche y no nos dimos por enterados del peligro que corrimos. Nadie salió espantado a la calle, los asiduos a la vida nocturna no sintieron que se alterara su equilibrio más allá de las inestabilidades que los efluvios etílicos producen. No se escuchó ni un aullido de perro siquiera que inquietara el plácido sueño de los porteños a esa hora ya dormidos. Es más, la tele, esa sacrosanta fuente de información moderna, no advirtió la sacudida registrada en esta región.

La réplica se presentó poco después de las diez y media de la mañana. Algunos sentimos el piso cimbrarse, pero faltos de educación para casos de desastres sísmicos no corrimos a refugiarnos bajo los dinteles de las puertas ni salimos a la calle. Apenas si confirmamos con los más próximos la certeza del hecho. Nadie gritó ¡Está temblando! Cuando mucho preguntamos ¿Tembló? Bien que no estamos acostumbrados a movimientos telúricos. De otra manera, el escándalo hubiera sido mayúsculo y todos recordaríamos, de aquí en adelante, el 5 de diciembre del 2000 como el día que tembló dos veces en Mazatlán.

No sin cierto temor a despertar el demonio del inconsciente colectivo, hay que anotar la posibilidad de vivir en los próximos días la cruda de los sismos de este martes tembloroso. Con terremotos ajenos ya tuvimos dos alarmas de maremotos, con los propios y muy cercanos no es descartable la erupción del pánico comunitario. Esperamos que el optimismo político reinante y la proximidad de las fiestas de fin de año sirvan para evitar un clima de rumores inquietantes sobre marejadas.

Ojalá el 5 de diciembre del 2000 quede apenas como fecha para recordar que, por primera vez, los dueños de negocios alrededor de la Plazuela Machado —de la mano de Ricardo Urquijo, director de difusión cultural del Ayuntamiento—, inauguraron la instalación de un pino navideño en la plazuela, con la intención de perpetuar el acto como tradición, al estilo de las grandes capitales. Aunque, a ojos de los críticos más bien aparece como un acto de contrición por los ficus cuya tala impulsaron hace unos meses.