- LAS CASAS DE JOSÉ RAMÓN:
- ¿ASUNTO PÚBLICO O PRIVADO?
- EL SEMÁFORO EPIDEMIOLÓGICO
- CONSPIRA CONTRA EL CARNAVAL
- 11 ANIVERSARIO DEL MALOVAZO
FRANCISCO CHIQUETE
Yo no creo que el presidente haya levantado el teléfono y ordenado a sus subalternos que le entregaran los contratos a la empresa representada por su nuera, ni que exista siquiera una conversación entre directores o secretarios que dé un indicio sobre ese presunto tráfico de influencias. Incluso creo que el presidente no se enteró de esta circunstancia.
A partir de esto, asumo que será imposible que una investigación demuestre la ilegalidad que se atribuye a José Ramón, a su padre y a su esposa. En ese sentido creo que el presidente debe estar tranquilo, con la certeza de que su nombre no se verá mancillado ni con el pétalo de un oficio del Poder Judicial.
Pero por supuesto, mi percepción es que sí existió ese tráfico de influencias. Lo que pasa es que esa práctica está tan armada y tan institucionalizada, que se ejecuta perfectamente sin necesidad de dejar huella, ni de alterar los pasos que la ley establece para las licitaciones de obras o de adquisiciones, e incluso para hacer las asignaciones directas. Y eso viene de mucho tiempo atrás, no nació con la cuarta transformación, aunque si ocurre que el supuesto era que todo eso terminaría en estos tiempos.
¿Por qué entonces el presidente está tan enojado? Porque las revelaciones no sólo ponen en duda su lucha contra la corrupción, y lo hacen dentro del mismísimo circulo familiar, sino que además lo contradice en la otra parte de su oferta primigenia a la sociedad mexicana: la austeridad, con cuyo ejemplo capturó el corazón de millones de mexicanos y lo llevó a pretender que la población entera se comporte en la misma frecuencia. Si usted tiene un par de zapatos para qué quiere otro, dijo, llevando el consejo no sólo a las instituciones públicas, donde es normal que influya, sino a la sociedad entera.
Seguramente la mayor parte de la sociedad le seguirá creyendo después de esto, pero cada vez hay más personas que razonan en sentido contrario, que ya resienten estas noticias que esperaban de cualquiera, menos de la familia del presidente. Por eso se enoja tanto, y se enoja al punto de responder no con los argumentos que podría tener a la mano, sino con los insultos que le vienen a la mente (y cuando le faltó uno, lo repuso al día siguiente en la mismísima mañanera).
Hay una corriente de pensadores que sin perder su independencia, establecen que el enfoque sobre un presidente pobre con nuera rica es equivocado, porque están invadiendo la esfera privada de una familia, y consideran que todo debe llevarse hacia la cuestión legal. Yo creo que tratándose de López Obrador es imposible no dirigir las discusiones hacia ese ámbito, toda vez que fue él mismo quien afianzó ese tipo de debates en el mundo político nacional, muchas de las veces con razón.
En ese estado de excitación, de enojo, López Obrador se ha ido deslizando hacia el conflicto, acusando no sólo a Carlos Loret de Mola, quien presentó el reportaje de las mansiones de José Ramón en Houston, sino contra Brozo, por el hecho de ser compañero de Loret en Latinus, y más adelante se lanzó contra Carmen Aristegui, quien, dijo el presidente, insinuó que lo de su hijo era igual al asunto de la Casa Blanca de Peña Nieto.
Es explicable. Lo que hoy es la máxima aspiración del presidente es su pase a la historia, y el ejemplo de la Casa Blanca es demoledor. Él mismo utilizó el tema para desacreditar consistentemente a Peña Nieto. La fuerza del reportaje de Aristegui y su equipo acabó con el sexenio del mexiquense, quien apenas había cumplido dos años en el poder. A partir de ahí sólo sobrevivió. Ante una perspectiva tan ominosa como esa, el presidente por supuesto, se tiene que enojar, aunque su circunstancia todavía sea muy distinta de la que tenía su antecesor.
Lo lamentable es que adicionalmente, AMLO volvió a mostrar su vena intolerante, exigiendo que los periodistas estén de su lado, sin importar si piensan de modo diferente. El país no puede estar encajonado en un solo pensamiento, ni tampoco puede ser cierto que sólo haya lópezobradoristas y conservadores corruptos. Entre esos polos hay una gran gama de enfoques que tienen derecho a que se les reconozca y respete.
NO HUBO DICTAMEN
SOBRE EL CARNAVAL
Todos los medios del estado estuvieron al pendiente este sábado de un anuncio importante: la realización o no de las fiestas del carnaval. Ayer se vencía el plazo que el propio gobernador Rocha Moya se había dado para dar a conocer esta decisión, pero al parecer los especialistas sobre salud pública que le estaban asesorando, no llegaron a conclusión alguna, porque no hubo anuncio.
El asunto del carnaval tiene hoy un nuevo elemento: el viernes hubo modificaciones al semáforo epidemiológico y Sinaloa pasó del color amarillo al naranja (junto con catorce estados más). Un alto riesgo de contagios para habitantes y para visitantes que desaconseja cualquier intento de realizar eventos masivos y de estrecha cercanía como los que dan cuerpo al carnaval.
Aunque el gobierno federal se empeña en mostrar cifras a la baja, en todas las poblaciones del país existe la sensación de que estamos metidos en un contagiadero sin precedentes. Por fortuna la vacunación sí ha tenido un efecto importante, evitando que haya todavía más muertes.
En realidad el semáforo debería estar en rojo, pero el gobierno rechaza ese color porque no quiere verse obligado a reducir los eventos masivos, ni nada que pudiese generar una reducción mayor en el desempeño económico.
Por lo pronto el alcalde Luis Guillermo Benítez Torres suspendió la “consulta popular” que pensaba hacer, y lo hizo con el pretexto de que fueron suspendidas por ley las actividades oficiales. Lo que se suspende es la divulgación oficial de los logros de gobierno, es decir, la propaganda oficial, pero de algún lado hay que agarrarse para no quedar tan mal con la gente.
Por lo pronto, a pesar de todos los indicadores, el gobierno municipal le siguió metiendo millones y millones de pesos a la creación de la parafernalia carnavalera y firmando contratos con artistas, que muy probablemente se van a incumplir, generando pérdidas económicas importantes a un municipio al que no le alcanza para tener un buen sistema de recolección de basura, ni un adecuado sistema de manejo de aguas negras. Pero la necedad es más importante que la previsión económica, y por supuesto, pesa más que la salud.
Por cierto, aunque ya no corren los rumores de una posible renuncia del secretario responsable del tema, Héctor Melesio Cuen Ojeda, éste ha llamado poderosamente la atención al asumir posiciones radicales respecto de la pandemia, advirtiendo sobre un impacto mucho mayor del que oficialmente se reconoce (incluso en la oficina a su cargo), como si quisiera dar un motivo para que le den las gracias.
UNA TRISTE EFEMÉRIDE
Por estos días, la analista Altagracia González Gastélum, compañera en la mesa de Altavoz de Grupo Chávez, publicó un recuerdo de las heladas del 4 de febrero de 2011, las más fuertes y dañinas de los últimos cincuenta años. Altagracia hace un recuento de los grandes esfuerzos que debieron hacer los agricultores para sobreponerse a un golpe de ese tamaño, lo que constituyó una lucha verdaderamente heroica.
Pero esa fue sólo una parte de los daños traídos por ese fenómeno meteorológico.
La otra corrió por cuenta de la administración estatal que se desempeñaba entonces. El gobernador Mario López Valdez discurrió que ante el boquete que se le generó a la economía, su gobierno desarrollaría una intensa obra pública que compensara aquellas pérdidas. Para ello requirió un crédito de tres mil quinientos millones de pesos, que duplicaba la deuda pública histórica de nuestra entidad.
Pero además del endeudamiento, estuvo el manejo asqueroso de ese dinero. Obras absurdas como los Centros de Usos Múltiples de Mazatlán y de Culiacán, que no han servido absolutamente para nada. Ese crédito sería administrado con la supervisión de un consejo ciudadano, que poco a poco fue siendo relegado y después abandonado por quienes no quisieron ser considerados cómplices de los manoteos.
Al final quedó volando un “piquito” del enorme crédito, cuya inversión no se pudo acreditar pero que de todos modos se cargó a los hombros de los sinaloenses. Además era imposible buscarlo en el desorden financiero que fue la administración, cuyas deudas -entre reconocidas y no reconocidas- fueron tasadas sobre los catorce mil millones de pesos.
Como se ve, el fenómeno de las heladas fue muy dañino, pero peor fue la combinación con una terrible administración que manejó el dinero como si fuera de su patrimonio personal, y que además tuvo en el Congreso a una oposición priísta obsequiosa que se prestó a negociar la aprobación de los créditos como si le estuviera haciendo el favor a la sociedad.