*Predios pelones y casuchas que no están
*Mujeres cansadas con el llanto en los ojos
En la invasión Pino Suárez se siente, se palpa, se vive un ambiente de tristeza; hay soledad, amargura y llanto en los ojos, principalmente, de las mujeres que abandonan lo que fue su hogar por dos años.
A dos semanas del ultimátum, hay predios vacíos, pelones, las casuchas ayer, hoy no están, no existen, ya los propios invasores quitaron sus tablas y sus láminas; no queda nada, las familias de Sandy, Jazmín y de Juan, dejaron la invasión con la promesa del estado y el ayuntamiento de que les van encontrar un lugar donde no corran riesgos y que el nuevo terreno sea patrimonio familiar.
Dicen que es La Raqueta, pero no saben dónde queda; una mujer dice que es el lugar a donde llevan a los olvidados, a los marginados de Dios; ellos, algunos invasores, quisieran quedarse allí, en los márgenes del Estero del Infiernillo, pero Protección Civil ya les dijo que es imposible, que hay la disposición de quitarlos, reubicarlos es la palabra correcta del político y del trabajador social, pero para el caso es lo mismo, pues tienen que quitarse de esa zona por los peligros de las lluvias y de morir ahogados.
Hay contradicciones, entre las autoridades y hasta en los propios invasores, pues ahora se sabe que algunos padres de familia auspiciaron a sus hijos o hijas a meterse en la invasión, con la esperanza de que les dieran un terreno. Eso se hace realidad, pero será a través de un riguroso control de estudios socieconómicos para que nadie pretenda medrar al amparo de las invasiones.
En el recorrido de hoy, de Sinaloa en Línea.com, vio la tristeza, el llanto acumulado por el sufrimiento de “construir” en tierra de nadie y que de la noche a la mañana, les quitan la esperanza y la ilusión de tener algo propio; el alcalde Carlos Eduardo Felton González, lanza el mensaje del respeto a los derechos de las personas a tener algo y reitera en que no usará la fuerza pública para desalojarlos.
Lo cierto es que aquí vemos las imágenes de los que se están yendo, cargando tablones, sus humildes cosas; son gente de rostro cansado, niño sin hogar, en donde parece que concluye una etapa, con salirse de aquí presionados, obligados, pero que no garantiza que todos los invasores tengan un final feliz.