Melchor Inzunza
–Segunda y última parte–
Lo expresé en la entrega anterior: Isaiah Berlin fue uno de los más notables pensadores liberales del siglo XX. Resumo, como lo prometí, las ideas fundamentales –que nos iluminan sobre el tema de los valores–, contenidas en su obra Árbol que crece torcido. (Edit.Vuelta, México.1992, 337 páginas). Sólo añado los subtítulos.
*Hay un mundo de valores objetivos. Con esto me refiero a las metas que los hombres buscan por su propio bien… Las formas de vida difieren. Las metas, los principios morales son muchos. Pero no infinitamente diversos: deben quedar en el horizonte humano. (Pág. 25).
Valores en conflicto
*Lo que está claro es que los valores pueden chocar… Puede haber incompatibilidad entre culturas, o grupos de la misma cultura, o entre tú y yo. Tú crees que hay que decir siempre la verdad, sin que importe nada más; yo no, pues considero que a veces puede ser demasiado dolorosa y destructiva.
*Los valores pueden chocar en el seno de un individuo en particular; pero esto no quiere decir que, si lo hacen, algunos deben ser verdaderos y otros falsos. La justicia rigurosa es para algunas personas un valor absoluto, y no es compatible con lo que, no obstante, pueden ser valores no menos esenciales para ellas, como la piedad y la compasión, tal como sucede en casos concretos.
*Tanto la libertad como la igualdad se hallan entre las metas fundamentales perseguidas por los seres humanos a lo largo de muchos siglos; pero la absoluta libertad de los poderosos y los dotados no es compatible con el derecho a una existencia decente de los débiles y los menos dotados. (p. 26)
*Estos choques de valores contienen la esencia de lo que son y de lo que somos. Si se nos asegura que estas contradicciones quedarán resueltas en un mundo perfecto, debemos responder que ese es un mundo totalmente fuera de nuestro alcance. (p. 28)
*Todos los hombres poseen una inteligencia básica para el bien y el mal, sin importar a qué cultura pertenezcan. (p. 29)
*Las utopías tienen su valor –nada incrementa de modo más prodigioso los horizontes imaginativos de las potencias humanas– pero como guías de la acción pueden resultar, literalmente, fatales.
Los salvadores
*Ya que yo conozco el único camino verdadero para la solución final de los problemas de la sociedad, sé hacia dónde conducir la caravana humana; y como tú ignoras lo que yo sé, no se te puede permitir la libertad de elegir, yo sé que necesitas, qué necesitan todos los hombres; y si hay resistencia sustentada en la ignorancia o la maldad, debe ser quebrantada, y cientos de miles deberán morir para hacer a millones dichosos para siempre.
*La misma noción de solución final no es sólo imposible de realizar; si estoy en lo correcto, la posibilidad de una solución final –incluso si olvidamos el terrible significado que estas palabras adquirieron en tiempos de Hitler– resulta ser una ilusión muy peligrosa. Pues si uno en verdad cree que semejante solución es asequible, entonces seguramente ningún precio será lo suficientemente alto para alcanzarla: hacer a la humanidad justa, dichosa, creativa y armoniosa para siempre. ¿Cuál podría ser un precio demasiado alto para pagarlo? Para hacer un ometette así, seguramente no hay límite en el número de huevos que hay que romper –tal fue la creencia de Lenin, de Trotsky, de Mao, y de Pol Pot–.
*Algunos profetas armados pretenden salvar a la humanidad entera, mientras que otros sólo a su propia raza, por sus atributos superiores; pero no importa cuál sea el motivo, los millones de masacrados en las guerras, en las revoluciones –cámaras de gas, el gulag, el genocidio, todas las monstruosidades por las que este siglo será recordado– son el precio que los hombres deben pagar por la felicidad de las generaciones futuras.
Herzen
*La réplica a esto fue enunciada hace más de un siglo por el radical ruso Alejandro Herzen. En su ensayo Desde la otra orilla afirmaba que una nueva forma de sacrificio humano había surgido en su época, sacrificio de seres humanos en los altares de la abstracción –la nación, la Iglesia, el partido, la clase, el progreso, las fuerzas de la historia, todos éstos han sido invocados en su tiempo y en el nuestro: si exigen el asesinato de seres humanos, debe dárseles satisfacción. Éstas son sus palabras:
“Si el progreso es la meta, ¿para quién trabajamos? ¿Quién es ese Moloch que, conforme los jornaleros se le acercan, en vez de recompensarlos, se aleja, y como consolación a las multitudes exhaustas y condenadas que gritan «morituri te salutant», sólo puede ofrecer la burlona respuesta de que después de su muerte todo será primoroso en la tierra? ¿En verdad deseáis condenar a los seres humanos que actualmente están vivos al triste papel de miserables galeotes que, hundidos hasta las rodillas en el lodo, jalan una embarcación con “el progreso está en el futuro” como bandera?… Una meta infinitamente remota no es una meta, es sólo un embuste; una meta debe ser más próxima –al menos, un mejor salario para el trabajador, o un trabajo placentero”.
*Lo único de lo que podemos estar seguros es de la realidad del sacrificio, de los que están muriendo y de los muertos. Pero el ideal por el que mueren aún no se realiza. Los huevos están rotos, y la costumbre de romperlos crece, pero el omelette sigue siendo invisible. Los sacrificios en nombre de metas a corto plazo pueden justificarse. Pero los holocaustos en nombre de metas remotas son burla cruel de lo que los hombres han anhelado en ésta y en todas las épocas. (págs. 31-32)
*(En la entrevista que Guy Sorman publica en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo –Seix Barral, 1991–, Berlin habla también del célebre pensador ruso: “Herzen fue un ardiente partidario de la revolución, hasta la de 1848. Entonces descubrió que las ideologías transforman a los hombres en víctimas para el bien de las generaciones futuras. Comprendió Herzen que “sólo el sacrificio es seguro; la dicha futura no lo es”… Creer que la historia tiene necesariamente un sentido es el fundamento de todas las ideologías… Cuando oigo decir –añade Berlin– que la juventud tiene necesidad de un ideal, suspiro. Este famoso ideal no sirve más que para reemplazar al conocimiento y a la responsabilidad individual. Es verdad que la juventud occidental actual es la primera desde hace generaciones a la que no se le pide que se sacrifique por algo: ya no hay ‘causas’. Pero la libertad jamás tiene muchos amantes… Ser liberal es no sólo aceptar las opiniones divergentes, sino admitir que quizá sean tus adversarios los que tienen razón”).
El equilibrio
*Hay que establecer prioridades. La primera obligación pública es evitar los extremos de sufrimiento. Revoluciones, guerras, asesinatos, medidas extremas pueden ser necesarias en ciertas situaciones desesperadas. Pero la historia nos enseña que sus consecuencias rara vez son las que se anticiparon: no hay garantía, a veces ni siquiera una probabilidad lo suficientemente alta de que tales actos conduzcan a un mejoramiento. Más bien, conducen invariablemente al sufrimiento de inocentes… Lo mejor que puede hacerse, como regla general, es mantener un equilibrio precario que evite el advenimiento de situaciones desesperadas, de alternativas intolerables –ese es el primer requisito para una sociedad decente. (p. 33)
*¿Se dirá que es una solución un tanto insulsa? ¿No de la sustancia de los llamamientos a la acción heroica que elevan los líderes inspirados? Aun así, si hay algo de verdadero en este punto de vista, quizá eso baste. (p. 34)
*Por supuesto que no debemos dramatizar la incompatibilidad de los valores; existe un buen tramo de amplio acuerdo entre la gente de sociedades diferentes, sostenido a lo largo de grandes periodos de tiempo, acerca de qué está bien y qué no, del bien y del mal.
*Pero, en fin, no es cuestión de un juicio puramente subjetivo: está dictado por los modos de vida de la sociedad a la que uno pertenece –una sociedad entre otras, con valores en común –estén o no en conflicto–, y por la mayor parte de la humanidad a través de la historia registrada. Si no valores universales, por lo menos hay un mínimo, que si faltara, las sociedades apenas sobrevivirían. Pocos actualmente desearían defender la esclavitud, o el asesinato ritual, o las cámaras de gas nazi, o la tortura del ser humano por el puro placer, por el provecho o incluso por el bienestar político –o el deber de los hijos de denunciar a sus padres, que las revoluciones francesa y rusa exigieron. No hay justificación para acciones semejantes.
*Por otra parte, la búsqueda de la perfección me parece una fórmula de exterminio, que no mejora aun cuando sea el más sincero idealista, el más puro de corazón, quien la elija. No ha habido moralista más riguroso que Immanuel Kant, pero incluso él dijo en un momento de iluminación: “Con la torcida madera de la humanidad, nada derecho se ha hecho nunca”. (p. 34)
Lección capital
*La doctrina del pluralismo postula que existen diversos fines objetivos y valores esenciales, algunos incompatibles con otros, adoptados por sociedades diversas o por grupos diversos en una misma sociedad… Por incompatibles que sean que sea esos fines, su variedad no puede ser ilimitada, pues la naturaleza del hombre, por diversa y mudable que sea debe poseer un rasgo genérico si ha de llevar el nombre de humana… El hecho de que los valores de una cultura puedan ser incompatibles con los de otra, o estén en conflicto en su propio interior o en un grupo o en un ser humano individual, no implica un relativismo de los valores, sino tan sólo la noción de una pluralidad de valores no estructurados jerárquicamente.
*El humanismo romántico nos ha dado una lección capital que no olvidaremos fácilmente. En primer lugar, que el hombre es quien hace los valores, y que por consiguiente no puede ser masacrado en nombre de nada superior, pues no existe nada más alto que él; esto es lo que Kant quiso decir cuando habló del hombre como fin en sí mismo, y no como medio para otro fin. En segundo lugar, que las instituciones están hechas por los hombres y para los hombres, y que cuando ya no les son útiles deben desaparecer. En tercer lugar, que no se puede masacrar al hombre en nombre de ideas abstractas, por edificantes que sean, tales como el progreso, la libertad o instituciones, pues ninguna de ellas posee en sí valor absoluto. En cuarto lugar –como consecuencia de los anteriores–, que el peor de los pecados es degradar o humillar a los seres humanos en nombre de algún esquema a lo “lecho de Procusto”, al que se le someta en contra de su voluntad…
Valores compartidos
*Nos enfrentamos a valores en conflicto; el dogma según el cual deben ser reconciliables de algún modo y en algún lugar no es más que una esperanza misericordiosa; la experiencia demuestra que es falsa. Debemos elegir y ceder una cosa al elegir otra, quizás irreparablemente. Si elegimos la libertad individual, esto puede significar el sacrificio de alguna forma de organización que podría llevarnos a una mayor eficiencia… Si elegimos la igualdad, quizás tengamos que sacrificar una porción de libertad individual… Aun así, la gloria y la dignidad del hombre consisten en que él es quien elige, y no quien es elegido, en que puede ser su propio amo (aunque a veces esto lo llene de terror y de una sensación de soledad), en que no está obligado a comprar la seguridad y la tranquilidad al precio de dejarse colocar en el primoroso palomar de una estructura totalitaria que busca despojarlo de golpe de toda responsabilidad, libertad y respeto para sí y para los demás. (Págs. 247,248)
– ¿Qué ha emergido después de los holocaustos? – preguntaba Berlin en 1959. Su respuesta:
*Algo que se acerca en Occidente a un nuevo reconocimiento de que hay ciertos valores universales que pueden considerarse constitutivos de todos los seres humanos. El romanticismo, en su versión incendiada –fascista y nacional socialista, pero también comunista– ha producido un profundo shock en Europa, menos por sus doctrinas que por los hechos de sus seguidores, quienes atropellaron algunos valores que, en el momento en que fueron brutalmente desechados, probaron su vitalidad y regresaron como mutilados de guerra para obsesionar a la conciencia europea.
*¿Qué valores son éstos? El solo hecho del shock revela que existe una escala de valores que rige, en efecto, las vidas de la mayor parte de la humanidad , vidas no meramente mecánicas y fruto de la costumbre, sino que viven como parte de lo que para esos hombres, en sus momentos de autoconciencia, constituye la naturaleza humana esencial.(249)
*¿Cuál es esta naturaleza? No es difícil dar con ella desde el punto de vista físico: pensamos que el hombre debe poseer cierta estructura física, fisiológica y nerviosa, ciertos órganos, ciertos sentidos físicos y propiedades psicológicas, ciertas capacidades de pensamiento, de voluntad, de sentimiento, y que cualquiera que carezca de buena parte de esas propiedades no podrá ser considerado propiamente hombre, sino animal u objeto.
*Pero también existen ciertas propiedades morales que cumplen de modo igual con lo que concebimos como naturaleza humana. Si hallamos a alguien que solamente está en desacuerdo con nosotros acerca de las metas de la vida, que prefiere la felicidad al autosacrificio, o el conocimiento a la amistad, podemos aceptarlo como prójimo, porque su noción de lo que constituye un fin y los argumentos con que defiende sus objetivos, así como su comportamiento general, caben dentro de los límites de lo que consideramos humano.
*Pero si hallamos a alguien que no puede entender por qué no se ha de destruir el mundo para remediar el dolor de su dedo meñique, o a alguien que realmente no encuentra ningún mal en que se condene a hombres inocentes, o en que se traicione a los amigos, o en que se torture a los niños, entonces nos daremos cuenta de que no podemos discutir con gente así, no tanto porque nos causen horror sino porque los consideraremos de alguna manera inhumanos (p. 250).
*Nos apoyamos en el hecho de que las leyes y principios de los que echamos mano cuando hacemos decisiones morales y políticas fundamentales han sido aceptados por la por la mayoría de los hombres –a diferencia de los decretos–, por lo menos a lo largo de parte importante de la historia registrada; son para nosotros irrevocables… nos resultaría inconcebible permitir que esos principios universales se rechazaran o se modificaran…Ya que estos principios han sido escarnecidos, nos hemos visto forzados a hacernos conscientes de ellos. (p. 251)
Progreso moral
*Después de las violentas aberraciones de la experiencia europea (los holocaustos), hay síntomas de recuperación, digamos una vuelta a la salud normal, a los valores que nos reconcilian con nuestro pasado griego, hebreo, cristiano y humanista. Cuando nos oponemos a la agresión o a la aniquilación de la libertad bajo los regímenes despóticos, es a estos valores a los que acudimos.
*Hay una ganancia, un progreso moral en la aceptación de que vivimos en un mundo moral común. En ello debe residir nuestra esperanza. (p. 253).