ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
En la noche sonó un débil telefonazo. Me colgué del móvil. Del otro lado de la línea un personaje, que no se presentó ni comento que cargo tenía, díjome usted mañana va ser inoculado…” Le respondí entre asustado y humillado: -Qué, qué, qué….” Y él medio mosqueado me respondió: “Bueno, que va a ser vacunado mañana a las doce del medio día. Debe estar por lo menos en la escuela Mártires de la Revolución como a las once de la mañana, para que no haya aglomeraciones. La noticia, a pesar de su resequedad me alegró doblemente; primero porque no iban a inocularme sino vacunarme y segundo, porque me pincharían el brazo con un pomo de “Astraseneca”, que por cierto la malquieren en Europa por razones que hoy no quiero explicar….
Al día siguiente me levanté, me bañe y todo lo demás, como desayunar, por ejemplo, y tomé las de Viila Diego, pasé raudo y veloz por el ISSSTE y en un santiamén divisé la Mártires, que más bien se parecía a la vaca lupe por el gentío que se había arremolinado en sus banquetas, en la calles que le circundaban y lo peor de los peor es que había una larga cola de sufrientes que habíamos sido convocados, pero frente nosotros había un culebrón personas -más de 500- que no habían sido convocadas o no escucharon la invitación del tel y los que fueron por sus pistonas. La entrada a la Mártires era un pandemonium… Déjeme que le explique, querido lector…
El choque entre las dos colas fue inminente, por no decir más feo, pues todos nos arremolinamos en la puerta de esa santa escuela. Estábamos tan juntos que todos nos respirábamos en la nuca con cubrebocas o sin él. El que estaba detrás de mi respiraba tan fuerte que me puso chinito en cuero y me alebrestó el oído. Sacado de onda voltee rápido y furioso y en esa media vuelta y le dije con los ojos blanquecimos: Que por decencia no me suspirará en el cuello porque así había empezado Juan Gabriel y…. Pasado ese peligroso incidente seguimos buscando información.
A gritos y sombrerazos empezaron a pasar por la puesta los más fuertes, y esta mala educación me hizo recordar a Darwin: pero también hubo actitudes que nos hicieron recordar que los humanos por más bestias que seamos, a veces somos realmente humanos. Un selecto grupo de hombres y mujeres se organizaron para que pasarán al vacunatorio a personas en sillas de ruedas, con bastón y en brazos a muchos viejitos, mayormente más viejos que yo… La verdad, me conmoví tanto que me fui a hacer cola a la fila de los convocados. Este rasgo de humanidad me costo muy caro: casi 5 horas en el raso del sol y sin que nadie me diera un “buchi” de agua.
Y hay que decirlo aunque se enojen: “No contrataron los organizadores de ese sarao una macro letrina” La verdad eso nunca se los voy a perdonar. A eso de las dos de la tarde era una corredera de viejitos que no sé dónde y cómo encontraron el lugar para hacer pis y pos, porque si la policía agarrado los hubiera metido a la cárcel bajo el cargo de faltas a la moral. En esos y otros lances vi cosas que mi recta moral no me permite publicarlos. No cabe duda: “Hay días que condensan años”. Con eso les digo todo…
Cuando mi esperanza estaba a punto de hagüecar el ala, me vi de pronto dentro del vacunarorio, pues la rueda fortuna me dijo tú sigues. La verdad sentí en ese momento como si estuviera soñando que la luna era queso. Una muchacha de ojos café capuchino me condujo a la sala de las enfermeras parecían espadachines porque jugaban con las jeringas a los espadazos. Dejome la de los ojos café y me empezó a confesar una morena de ojos negros muy prietos, y casi me pregunto hasta de qué me iba a morir. Y justo ahí me di cuenta que una parte de la entrevista, contenida en una hoja, eran datos relevantes sobre nuestra salud.
La otra mitad de los datos eran irrelevantes, tales como nuestra dirección, domicilio, etc, que las enfermeras les entregan a los Servidores de la Nación -los ciervos de López Obrador- para que consigan algunos votos para morena de aquí al 6 de junio. Osado como soy, le pregunté a un servidor que qué iba hacer con nuestras direcciones y teléfonos. Se me quedó viendo con una mirada de yo no fui. Soltó una risita nerviosa y me dijo con acento medio campechano: “Usted y yo sabemos para qué…” Y se fue mirando la punta de los zapatos.
Pero pese a todas las peripecias que me ocurrieron, estoy feliz por me vacunaron, aunque un poco asustado por los efectos colaterales que pudiera traerme la Astraseneca que dejaron ir. Salud.