Luis Antonio Martínez Peña.
¡Cayó una bomba! Fue la respuesta al estruendo ocasionado por una potente explosión que conmocionó a los habitantes del puerto en aquel 6 de mayo de 1914.
La bomba había caído desde el biplano “Sonora” y aquel día, además de gente muerta, murió la certeza de que sólo del cielo cae la lluvia. Se afectó también la curiosidad de los habitantes de la ciudad, quienes al escuchar el rum-rum del motor del biplano surcando el cielo, salían de sus hogares a observar las maniobras del piloto y a recibir la propaganda revolucionaria que desde aquella nave se esparcía por el aire y procurada con avidez de noticias, pues la ciudad estaba sitiada desde el mes de octubre de 1913 por la las fuerzas del Ejército Constitucionalista.
Eran los tiempos de la revolución y Mazatlán una plaza fuerte del ejército federal, un lugar difícil para los revolucionarios y que no fue cedida sino hasta la dimisión del general Victoriano Huerta quien había llegado al poder con el oprobioso asesinato del preidente Francisco I. Madero.
Desde octubre de 1913 hasta agosto de 1914 Los soldados de los generales Juan Carrasco, Ángel Flores y Ramón F. Iturbe mantuvieran sitiada la ciudad. Sin embargo, el asalto no era nada fácil, pues las montañas mazatlecas son excelentes sitios de fortificación y atrincheramiento. Desde allí, con francotiradores, ametralladoras y artillería, las tropas federales mantuvieron a raya a los revolucionarios y atemorizada a la población local. Además de los fortines en las montañas los federales contaban con la ventaja de la supremacía marítima con los cañoneros “Morelos” y “Guerrero” y desde la bahía disparaban obuses sobre las tropas revolucionarias que se desplazaban por las marismas del Infiernillo, Urías y la Isla de la Piedra. Aunque por otro lado, cualquier comunicación o traslado por tierra de las tropas federales para ir a combatir a los revolucionarios era imposible. Pues el Ejército Constitucionalista contaban con familiares y amigos entre la población local y habían desarrollado líneas de espionaje que los mantenían al tanto de los movimientos de la soldadesca huertista o federal.
Cuentan que el biplano “Sonora” realizaba constantes vuelos y que su lugar de abastecimiento y aterrizaje se encontraba en la “Casa Blanca”, por el sitio donde hoy se encuentra el estadio de béisbol “Teodoro Mariscal”. El biplano era manejado por el capitán Gustavo Salinas Camiña, un joven piloto de 21 años que había estudiado aviación en Nueva York a donde fue becado por el gobierno de Francisco I. Madero. Al efímero presidente le había fascinado la idea de contar con una fuerza aérea mexicana. Al saber de la muerte de Madero y de las acciones que bajo el Plan de Guadalupe llevaba a cabo Venustiano Carranza, el joven piloto fue puesto a las órdenes del general Álvaro Obregón, sirviendo de gran ayuda en el sitio de los puertos de Guaymas, Topolobampo y Mazatlán.
Al principio el piloto Salinas y su biplano cumplían funciones de reconocimiento de los sitios ocupados por las posiciones enemigas y la entrega masiva de propaganda revolucionaria entre la población civil, pero pronto sus funciones se fueron extendiendo al ataque aéreo con artefactos de fabricación rustica, pero que ya encerraban la idea de aterrorizar al enemigo con bombardeos o ataques de fusilería aéreos.
Para la creación de aquellas bombas primitivas se utilizaban trozos de tubo rellenos de dinamita y granadas. También se usaban bolsas de cuero repletas de dinamita, clavos y balines.
La primera experiencia de bombardeo la realizó Gustavo Salinas el mes de abril de 1914 en la bahía de Topolobampo, cuando bombardeó al cañonero “Guerrero” en apoyo a los marinos del cañonero “Tampico” cuya tripulación había desertado de las filas federales y adherido a los revolucionarios. Este combate aeronaval se consigna como uno de los primeros que se dieron en el siglo XX.
A nivel internacional piloto Gustavo Salinas se le reconoce haber sido el primero en usar el avión como arma de guerra y de haber creado un dispositivo mecánico de lanzamiento de bombas. El cual consistía en un juego de varillas que aprisionaban las bombas. Estas varillas eran manipuladas con una palanca al alcance del piloto que abría y cerraba. Pero este mecanismo sencillo no contaba con algo tan útil como un seguro, por tanto era inestable y en cualquier momento se podían caer tal como ocurrió en Mazatlán.
El general Álvaro Obregón, jefe de las fuerzas revolucionarias en el Noroeste de México, llegó a las afueras de Mazatlán, a principios del mes de mayo, y decidió cerrar e intensificar el sitio sobre la ciudad, ordenó que Salinas con su biplano hiciera vuelos de reconocimiento y atacara las fortificaciones federales apostadas en los cerros de la Nevería, Montuosa y en la Loma Atravesada, así como en la loma donde se encontraba el cuartel Rosales por la calle Benito Juárez, en el centro de la ciudad.
Al principio la población salía entusiasmada a las calles a contemplar aquella maravilla técnica. Con curiosidad la gente bautizó al biplano Sonora con el mote de “La papalota” y buscaban con discreción los panfletos y proclamas revolucionarias arrojadas desde el avión. Sin embargo, las fortificaciones federales apostadas en los cerros causaban grandes daños a las fuerzas de infantería que intentaban el asalto. El día tres de mayo Gustavo Salinas bombardeó el cuartel Rosales.
El día seis, la maniobra aérea se volvió a realizar. Los objetivos de Salinas eran estrictamente militares, y hasta hoy nadie se atreve a poner en duda su misión, pero por un accidente de maniobra en el avión, una de las bombas se soltó de las varillas en las que estaban sujetas y fue a caer al centro de la ciudad causando destrucción y muerte en las casas ubicadas en la manzana de las calles Carnaval, San Germán (José María Canizalez), Faro (21 de marzo) y Cinco de Mayo.* Un rumbo populoso y céntrico de la pequeña ciudad donde además de casas habitación había talleres de zapateros y sastres.
Cuatro fueron los muertos: una niña de 9 años, hija del señor Víctor Urquijo; la señora Longina Sarabia, esposa del Sr. Cosme Rivera; una niña, hija del Sr. José Salas; y el señor Alfredo Zúñiga. Resultaron heridos Víctor Urquijo, Jaime Ornelas, Piedad Sarabia y Refugio Olmeda, entre otros.
El ingeniero Ricardo Urquijo Ramírez, activo promotor cultural y sobrino de don Víctor Urquijo, comentaba que la familia de su tío originalmente vivía por la calle Benito Juárez, por el rumbo del cuartel Rosales, pero debido a los constantes sobresaltos y temores ocasionados por el brusco movimiento de los soldados cuando la emergencia los movilizaba, decidió cambiarse a un rumbo tranquilo, yendo a vivir a una casita de la calle Carnaval, donde perdió la vida su pequeña hija y don Víctor Urquijo resultó herido en un pie por algo inesperado e inimaginable. quien iba pensar en aquel entonces que la muerte nos cayera del cielo, y más de un cielo de mayo mazatleco, cuando el estiaje y la ausencia de humedad hace que tengamos un cielo hermoso y azul.
El accidente causó conmoción entre la población civil y el cuerpo de cónsules acreditados en la ciudad, los de Alemania, España, Francia y Estados Unidos intervinieron enviando emisarios y solicitaron al general Álvaro Obregón que no volviera a bombardear la ciudad, el general evaluó las consecuencias del accidente y retiró los bombardeos, pero no lo asumió como un error.
Durante muchos años se ha discutido sin utilidad alguna, por si pudiera tener algún mérito eso, de si la población civil de Mazatlán fue la primera o la segunda en el mundo en haber sido bombardeada. Los anales de la Fuerza Aérea Mexicana consignan que el piloto Gustavo Salinas bombardeó al cañonero Guerrero en Topolobampo y que esa fue probablemente la primera batalla aeronaval en la historia, pero el trágico accidente sobre la población civil mazatleca no se consigna.
El propio general Álvaro Obregón en sus memorias “Ocho mil kilómetros en campaña” omite el caso, habla de bombardeo aéreo en posiciones enemigas e informa que se dejaron de usar los aeroplanos cuando uno de ellos sufrió un accidente de aterrizaje que casi costó la vida de los tripulantes.
Nosotros volvemos a recordar este trágico acontecimiento que por accidente provocó la muerte de estas personas y momentáneamente aniquiló la ingenuidad y sana curiosidad de los mazatlecos frente a todo lo novedoso y más si de artefactos se trata