¡LA MODA Y LO LURIO QUE SOMOS!
Machado en uno de los versos de Cantares, dice: “Nunca perseguí la gloria/ ni dejar en la memoria/ de los hombres mi canción…” Y para que no quede duda que para él lo pequeño es hermoso, en el mismo poema nos canta: “Yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón…”
Este poema, no obstante, nada tiene que ver con los humanos de carne y hueso, y tal vez ni con los humanos que adquieren, como Machado, el halo sagrado de los dioses. A todos nos gusta dejar en este mundo perecedero nuestra huella, una huella que un día se volverá lodo, polvo y olvido; y aunque lo sepamos de todos modos marcamos con hierro nuestras huellas polvorientas porque siempre nos rebulle en nuestra mollera el “No moriré del todo”.
Por ello pretendemos construir nuestra identidad de manera distinta a las de los demás. Queremos que nuestra obra sea la mejor de todas, que nuestro aliento y pensamiento no tenga ninguna competencia, porque queremos que se nos recuerde cuando nosotros ya no podamos recordar nada. Nos lastima, por tanto, que nos minusvalúen, que nos identifiquen con otros, o que se piense que somos hombres –y mujeres- sin atributos. Y esto vale no sólo para los modernos, ya Fernando Savater nos explico que la distinción reinaba también entre los hombres primitivos. Dicho popularmente, todos tenemos nuestro corazoncito…
Uno de los errores más sonados de los regímenes “totalitarios” es y fue su pretensión de vestir a sus súbditos con sus gestos, sus marchas y sus ropajes para conformarlos igualitos. Por ejemplo, habría que sonrojarse todavía del terrible espectáculo de la China de Mao, al recordar que a miles de millones de ellos se les uniformaba con un kimono con un horrible cuello estilo Mao. Amén que en esta “igualdad” había unos más iguales que otros. Hoy esta política de uniformidad del Estado nos parece aberrante, pues era como quitarle a millones de personas la única forma de ponerle un poco de “valor agregado” a su existencia, que simplemente constituye, como decía Spinoza, perseverar en su ser por ser….
PERO EL MAQUILLAJE CUESTA
Una canción nos dice lo mismo, pero sin tanto rollo: “Yo soy quien soy, y no me parezco a nadie…” Ante esta tendencia “personalísima” del sapiens/demens se ha estrellado todo el pensamiento que cree que el Estado, la televisión y la cultura tienden de manera irrevocable a uniformarnos. Ahora lo sabemos: más allá del manto inefable del pensamiento único, la diversidad humana emerge de ese cajón de sastre para hacerla añicos, pintando sus múltiples voces justo allí donde debería cosecharse la indistinción. Si alguna uniformidad habrá que achacarle a nuestra especie es su carácter polifónico. Dicho en otros términos: la diversidad es su uniformidad.
Por supuesto ser “distinto” cuesta. Cuesta cambiar y afinar hábitos; cuesta hacerse de un perfil moral e intelectual personalísimo; cuesta sobreponerse al miedo de la burla y la descalificación; cuesta, en fin, maquillar nuestro rostro para entrar al mercado de la “distinción” y sobrevivir a su multiforme competencia. En sus expresiones menos profundas también es costoso “inventar” una forma de parecer, especialmente cuando los individuos construyen su metamorfosis a través de una multitud de ofertas, que a veces nos extravían el camino de lo que deseamos para seducir a la gente que nos vea.
Para operar esta transformación empeñamos hasta la quincena para poseer los atavíos más novedosos y sus infaltables accesorios, pues con ese rostro particularísimo creamos -o prendemos que creamos- la sensación de que todo mundo nos mira y nos distingue por ser distintos a los demás. En mi rancho decían cuando alguien carecía de “rostro propio”: “Es como la cuacha del gavilán, no jiede ni apesta…” Y como nadie queremos ser cuacha de gavilán, entonces…
Por supuesto que el asunto de la distinción de los individuos con la llegada del internet y los Smartphone, la moda ha sufrido una profunda transformación al provenir de los más lejanos y extraños lugares del mundo, que luego son copiadas -adoptadas y adaptadas- en variopintas modalidades. Aunque existen de distinciones a distinciones; por ejemplo, los vestuarios fifí cuestan un ojo de la cara porque son de “marca”, aunque a final de cuentas nunca es tan caro si se corre el carísimo riesgo político de no salir en la foto. Diríase: el que quiera azul celeste que se acueste; perdón, que le cueste…Esto ocurre fundamentalmente en Occidente, porque por ejemplo en algunos países de Medio Oriente las personas son aún indistinguibles.
LOS POLÍTICOS Y SU IDENTIDAD POLÍTICA
Habrá que decir que la construcción de estas metamorfosis, son sufragadas por lo general con el esfuerzo y dinero de cada uno de lo promotores de su identidad, porque queremos ser los indivisos arquitectos de nuestro propia imagen; si nadie puede labrar en última instancia su personalidad distintiva; porque sino se puede acudir al mercado fifí, nos vamos al mercado de modas plagiadas en China, que se parecen tanto a las originales que nos permite construir un rostro/máscara muy parecido al de los fifís, si nos da la gana. En este imperio de los efímero siempre vamos construyendo un rostro con los arquetipos sociales.
En efecto, todos pagan por construir su identidad, inclusive hasta los políticos. Si bien es cierto que los políticos sin hueso tienen que gastar de su bolsa para ser identificables en el campo de la grilla, porque un político pobre es un pobre político; pero una vez que se encuentran de ese anchuroso campus del erario público, la promoción de su identidad personal y política corre a cargo de nuestros impuestos, ya que los partidos y los huesos que pescan son considerados como entidades de interés público que les permiten crear una identidad distinguible a cuatro cuadras.
Aunque vale decir que el ropaje de los políticos es menos diverso; primero porque se visten austeros para parecer decentes y, en segundo lugar, porque estos fiambres de acción y poca reflexión, siempre usan un ropaje parecido -muy parecido- al de su jefe-, e inclusive adoptan sus gestos, su jerga y su verba. ¡Es que los políticos tienden a parecerse a su dueño!
LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS
Les recomiendo el libro El Imperio de lo Efímero de Gilles Lipovtsky. En una de sus páginas del libro afirma: Hoy en día la moda no es sólo un lujo estético y periférico de la vida colectiva, sino que se ha convertido en un elemento central de un proceso social que gobierna la producción y consumo de objetos, la publicidad, la cultura, los medios de comunicación, los cambios ideológicos y sociales. Hemos entrado en una segunda fase de la vida secular de las democracias, organizadas cada vez más por la seducción, lo efímero, la diferenciación marginal; la segunda parte del libro analiza la progresión de esta forma-moda y su repercusión respecto a la vitalidad de las democracias y a la autonomía de los individuos.