Cara O Cruz

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ESTO FUE LO QUE LE DIJE AL PINCHE PSICOANALISTA-
LA IZQUIERDA AL DIVÁN
ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
HOLA  MI QUERIDO Y NUNCA OLVIDADO AMIGO (1 de 4)
RAÚL PÉREZ BACACEGUA.
Por favor léeme, cabrón, a los amigos nos se les deja colgados de la brocha, y menos aún a un muerto en vida que pronto será cadáver de a de veras…
Tal vez cuando leas este mensaje, aún a la antigüita, seguramente ya seré cadáver que al sepulcro va. Me estoy muriendo, cabrón. Y yo que me creía inmortal en aquellos tiempos en que los patos se tiraban a las escopetas. Si me vieras ahora, después de 2 años recluido en un pinche cuartucho, no creerías que soy yo. Yo mismo no me conozco; de verás, parezco ni pinche sombra de aquello que un día fui. Seguro que me recuerdas de joven. Te consta, era un pinche torazo; de esos que ya no hay en la pampa, de esos que salen a matar al mamut de la burguesía sin perder el bigote. Tú sabes que no alardeo: en esos tiempos era chingonsísimo. Acuérdate que en esos días de ilusiones febriles no dejaba a una sola compañera pa’comadre, porque entre más hacía el amor más ganas me daban de hacer la revolución, como dijera un clásico… Y mejor aún, bato, me echaba hasta 35 mítines relámpago con una voz que no parpadeaba por más fuerte que fuera la arenga. Además podía atender en una sola noche 15 comités de lucha sin pestañear, y recitar con marcial donaire el ¿Qué Hacer? y ¿Quiénes son los enemigos del Pueblo…? de mi padrecito Vladimiro Lenin. ¡Qué tiempos!; ¡Qué tiempos aquéllos!… Pero ahora me estoy muriendo, cabrón…
De veras, en esos tiempos de mi jumentud era más cabrón que bonito. Era un ventarrón y mi voz era de trueno; era más explosivo que las trompetas de Jericó. No es por nada, pero tenía una fuerza que no admitía femeniles desmayos. Y heme ahora; y heme aquí ahora, cabrón: parezco un pinche perro chihuahuense que ha sido molonqueado  por un buldog tipo Hammer, de ese tipo de molonqueadas en las que sólo hace falta que se lo cojan a uno. Y por cierto, hasta hace unos pocos días supe realmente lo madreado que estaba, porque una cosa es suponerlo y otra es saberlo a rajatabla. Verás, uno de estos días uno de mis nietos me trajo a regalar un espejo, y cometí la pendejada de verme en él. No los vas a creer, cabrón, lloré a carcajadas…Lloré a moco tendido hasta que ya no me quedaron más lágrimas en este pobre corazón de huérfano. Y no era para menos: en vez de aquella feis encantadora, sólo me queda un puño de arrugas que semeja la imagen de un huevo podrido; en aquéllos ojazos que hipnotizaban a las chicas, quédanme hoy dos hoyos  negros y rugosos que ahora lloran sin sentir ningún dolor. Y mi nariz romana, que pudo haber sido declarada monumento histórico de la humanidad, se ha achatado hasta convertirse en un promontorio de no sé qué pinche mierda, y eso que nunca probé una gota de alcohol… Y mi boca, en cuyos labios naufragaron las diosas del Olimpo, hoy carece de comisuras como si me hubiera comido lentamente los labios, al punto que babeo cuando hablo, cuando callo, cuando lloro y… y la panza, cabrón, ay la panza, la tengo tan  culimpinada que me avergüenza recordar que enronquecí gritando en las manifestaciones: ¡Burgueses güevones, por eso están panzones!” a los pobres viejitos barrigones que sesteaban en las banquetas. Y qué decir a estas alturas de mi pata de palo, qué decir de ella….Sólo diré lo que Plaza expresó con amargura de la suya: “El éxito no fue malo/vencimos a los traidores/y volví pisando flores/ con una pata de palo. /Cubierto de gloria, chico/dejome el gobierno cruel / había que comer laurel/ como si fuera borrico…
Pero a pesar de todas mis contrahechuras, se puede vivir; se vive peor, es cierto, pero se vive. Vaya hasta se puede vivir con una pata de palo como la que ahora luzco, porque cuando uno se aferra a la vida puede imaginarse que se está encarnado al capitán Garfio en alguna función de algún teatro pueblerino, pues es mejor morir de a poco que morir del todo. Sí, se puede vivir de cualquier forma, pero hay una con la que no se puede vivir. Resulta que el horror que me causó verme al espejo, fue inmensamente menor a la que me produjo la cara de asco que pusieron mis familiares esa tarde que lloré como cochi recién capón. Y te digo que les causé asco, porque cuando exploté de tristeza por mis contrahechuras, en vez de acercarse para secar mis lágrimas, todos dieron un paso atrás mirándose de reojo, como diciéndose: ¿Y yo por qué? y luego en coro alzaron los ojos al cielo, probablemente pidiéndole a Dios que esa tarde entregara la zalea para nunca jamás, seguramente para liberarse del pinche fardo asqueroso en el que me he/han/habían convertido.Y en el fondo, pero muy en el fondo, los comprendí, pues tienen batallando conmigo desde que se me complicó la diabetes con aquel balazo que me dieron en la rodilla los putitos de la Brigada Blanca. Desde ese día, no te miento, cabrón, he deseado que me lleve la chingada, porque todo puede aguantar uno, cabrón, menos que te tenga asco la gente que más amas en este pinche mundo carapanda…
Pero como digo una cosa, digo otra, cabrón: así como quiero colgar los tenis y cuanto antes mejor, al mismo tiempo me asalta en las noches un pánico infernal: al tener la horrible certidumbre que el día menos pensado entregaré la zalea. De veras, cabrón, siento mucho miedo ante la perspectiva del último pujido; un miedo que no pocas veces me hace ver una mancha negra que se me viene encima, y que luego adquiere el rostro de pinches zopilotes que revolotean alrededor de la cama queriéndome sacar los ojos. Es cierto, cabrón, un temblor me recorre el cuerpo hasta paralizarme el alma, y cuando estoy en el climax de ese sufrimiento, involuntariamente me meo a gotitas. De veras, cabrón, siento horror tan sólo imaginarme muerto: todas las noches me devano lo sesos pensando que al día siguiente no despertaré jamás. No puedo asimilar la idea de que me meterán en una caja; imagínate, cabrón, cómo podré respirar y, peor aún, cómo podré salir de ese pinche infierno si algún día despertara. Y en esas noches de luna atravesada me atrapa una horrible pesadilla: unos gusanos, con dientes de cuchillo me están fileteando sin misericordia: empiezan por lo pies, los muslos, el culo, la panza y cuando están a punto de devorarme los ojos, les grito hasta el desmayo: ¡Hijosdesupinchemadre vayan a comerse los ojos desuchingadamadre! Y al golpe del grito se transforman en caballos, en hienas y después en viento negro que se me ciñe al  cuello con unas garras de acero para apagarme para siempre el resuello. Y me despierto llorando, y no te miento, cabrón, llamo a mi mamá como cuando estaba chiquito… Me he vuelto muy culón. Es que me estoy muriendo de miedo, cabrón…
Pero no te escribo para que te apiades de mí, cabrón. Es más, no sé ni para qué te cuento tantas pinches desgracias que tanto me avergüenzan, tal vez porque hoy no tengo siquiera un perro con quien hablar…, pues casi todos me han mandado a la chingada. Pero tal vez este recuento de daños te sirva de algo, porque cuando veas las barbas de tu camarada cortar… Lo que si te exijo, dicho sea de compa a compa, es que no le digas  a nadie que aquel machín que se curaba las balas con saliva, se ha convertido en un pinche lloricón a la hora de la muerte. Por favor, jamás le confieses a ningún ojéis  que me aculebré a la hora de colgar los tenis…  (El resto del párrafo está ilegible. Existen en él tres o cuatro escrituras encimadas, que se combinan con tachones y dos que tres borrones)
Requiebros aparte, en realidad te escribo para pedirte un favor kilométrico, cabrón. Resulta que hace por lo menos cuatro años que me envolví en sendas sesiones de psicoanálisis, y, para acabarla de chingar, de un psicoanálisis que data de los tiempos del primer Freud. No sé a ciencia a cierta por qué hice esta pendejada, y digo pendejada porque tú sabes muy bien que yo no creo en los chamanes, así sean freudianos. Pero en ese tiempo estaba poseído por la dolorosa sensación de haberme despeñado en el laberinto de los sinsentidos. No sé cómo explicártelo, cabrón, pero mi vida se había vuelto un infierno: era como si de pronto hubieran estallado mil máscaras y los rostros que estaban recubiertos por ellas se hubieran reventado, y anduvieran correteándome para matarme por mis crímenes de lesa convivencia. Me reclamaban en todos los tonos que hubiera sucumbido a la intoxicación izquierdista por culpa del luisón. Esta jauría de voces no me dejaba ni a sol ni a sombra, ni despierto ni dormido. Mi circunstancia era dantesca, era literalmente un infierno a punto de devorarme…Pero junto a esta pesadilla, uno de esos personajes, seguramente el más libidinoso, se apropió de mi voz en los momentos más inoportunos, para lanzar lascivias y roqueseñales a las morritas que estaban en excelente edad de merecer. Ya puedes imaginarte las vergüenzas que me hizo pasar este pinche pervertido. Un  día del cual no quiero acordarme, este pinche lurio le sorrajó un encendido piropo a una morena que estaba de rechupete: “Ay tutulicachianchaneca lástima que caita tomi …”, se lo  dijo a boca de jarro. Y hubieras visto, cabrón, la madriza que me puso el esposo… Pero la golpiza fue el daño menor, a pesar de que en la refriega perdí dos dientes;  lo que realmente estuvo a punto de matarme, fue la vergüenza que pasé ese día y los días que siguieron, pues esa mujer era la esposa del hijo del presidente municipal de Cajeme… La prensa me hizo jiras; y para acabarla de acabar, el diario de mayor circulación me motejó como el pinche viejillo rabo verde. A raíz de ese penoso incidente, me tire a perder para Vícam Pueblo.
Esta hidra de mil rostros empezó a desmadrarme la vida hace por lo menos seis años, y desapareció como por arte de magia hace dos, tal vez porque no quiso vivir conmigo los horrores que ahora siento ante la inminencia de la muerte. Precisamente por este horror polifónico necesitaba urgentemente ayuda psicológica,  y cuanto antes mejor, porque no es bueno que un hombre ande por el mundo como un paria que el destino se empeñó en destruir. Y menos aún un hombre como yo, que nunca tuvo un femenil desmayo por más fuertes que soplaran los vientos, y mira que los hubo y de qué tamaño…
Pero antes de ir al psicoanálisis anduve buscando ayuda en lo oscurito; pero justo cuando iba a pedir información a los centros de terapia, me ponía rojo de vergüenza; sobre todo cuando era recibido por uno de esos cueros que ponen de gancho en las recepciones; pues con esa ingenuidad que les da la guapura, solían preguntarme a rajatabla: “En qué podemos ayudarle, señor…” Imagínate nomás qué pena, cabrón; a poco iba a soltarle un rollo melindroso a un forro de esa magnitud; cómo crees iba a decirle a ese bombón que andaba con la mollera vuelta pa’tras. Qué sopor y qué bochorno, cabrón, qué sopor…Tiro por viaje salía reculando, con un  discúlpeme, señorita, le juro que me equivoqué de lugar…Pero tanto va el cántaro al agua…Pudieron más los tormentos del alma que mi dignidad revolucionaria, porque cuando  aprietan los dolores se te aflojan los pudores. Y te digo esto porque al final recurrí a diferentes técnicas y métodos de ayuda y auto/ayuda, de cuya rareza no quisiera acordarme. Recurrí, en efecto, a  diversas terapias: Gestatl, Bioenergía de Malasia, masajes Zen, Jogging, Tait Chi, Feng Shui, aromaterapiaindú, Acupuntura Mongol, Terapia Reichiana, Prácticas Zen y…y nada cabrón, nada; todas le hicieron lo que el viento a Juárez a mi síndrome. No te miento, cabrón, hice el intento de ir hasta  Catemaco pa’ver si un pinche brujo me hacía una limpia. Qué no hice, cabrón; qué no hice, hijo de su puta madre… (El texto tiene manchas que lo hacen ilegible, como si le hubieran caído cien lágrimas encima).
Pero una tarde andando errando, un tipo se me echó encima y sin decir ay te voy, me propinó un fuerte abrazo… Enseguida, mirándome con unos ojos de amigo que ya no hay, me gritó con una voz que revelaba alegría: ¡Qui´hubo, mi amigo José Ranges Luis Nabor Alejo! ¡¿Cómo está el amigo de mis correrías revolucionarias?! De inmediato sentí que el corazón se me salía del pecho: no me acordaba quién demonios era el tipo que me estaba saludando de esa manera. Al borde del temblor revise la lista de mis amigos y sobre todo de enemigos… y nada. A ese cabrón no lo tenía en el registro de mi almanaque revolucionario, aunque para ese tiempo el olvido se había convertido en un voraz comején de aquélla que fue una lúcida memoria. Al ver mi turbación, como si gozara de mi desconcierto, me dijo, viéndome ahora directamente a los ojos: “Yo soy aquél que expulsaste de la “orga” hace por los menos 35 años” ¿Y sabes por qué me expulsaste? porque según tú, yo tenía posiciones pequeño/burguesas sobre las leyes de hierro del materialismo histórico”. En ese instante mi perplejidad iba in crescendo. No te miento estuve  a punto de echarme a correr, cabrón, pero con esta pinche pata de palo a dónde jodidos  hubiera llegado. Quería decirle cualquier cosa para disculparme por ese lamentable olvido, pero tenía la lengua engarrotada… Para no hacerte largo el cuento, una vez que disfrutó de la humillación que nos produce el olvido a todos los pobres viejitos, me dijo quién era… Pero como seguramente no lo conociste, para qué seguirle con eso. Pero déjame que te cuente lo más relevante, porque está íntimamente relacionado con el favor que te voy a pedir….
Resulta que este cabrón se había convertido en un psicólogo académico de esos que escriben en revistas internacionales, tenía libros publicados, salía dar conferencias a diversas universidades; en fin, era ya una vaca sagrada. Había sido freudiano ortodoxo hasta la saciedad, sin dejar de ser estudioso de Riech,  Jung y Alder. Me presumió que había hecho una maestría con Frida Saal en la ciudad de México. Y que por recomendación expresa de ella, llegó hasta el mismo París para hacer su doctorado como discípulo predilecto de Lacan. Me contó, además, que estuvo en el sepelio del prócer, y que la tarde de su entierro lloró desconsoladamente, tal vez más que cuando lloró la muerte de su madre en un hospital de Huatabampo. Todo esto me lo dijo a rajatabla, como si yo fuera un especialista en psicología. Pero como estaba tan necesitado de ayuda, ese mismo día, entre plática y plática, fuimos a dar a la puerta de su lujoso penhouse, que no a su diván todavía.Y entre idas y venidas, me platicó que había vuelto a Freud, que había dejado atrás las loqueras de Lacan; pero que él era un freudiano de primera generación, del tiempo en que el creador del Psicoanálisis utilizaba la hipnosis como terapia. Y luego afirmó con énfasis de sabio: “Es que a Freud le temblaba el puño de ligas cuando miraba a alguien a los ojos; en cambio yo, me dijo mirándome fijamente, puedo ver de frente a cualquiera y provocarle un estado lúbrico que lo sitúa entre la vigilia y el sueño… No acababa de decírmelo, cuando empecé a sentir que una lumbre recorría mis entresijos, pero llegué casi al desmayo cuando me di cuenta que me estaba mirando con unos ojos de que si te descuidas te la dejan ir hasta el fondo del desfiladero…Pasado el estremecimiento, me aseguró que la hipnoterapia era el non plus ultra contra los desasociegos de la mollera tan pródigos en la vieja militancia izquierdista, cuyos hábitos impedían a esos militantes hacer otra cosa que no fuera la misma morralla de antaño. Y esta afirmación la remató con una contundencia que jamás olvidaré: Me he vuelto un experto en la cura del espíritu melancólico que asuela a la vieja izquierda leninista…
Esa tarde que me dijo lo que me dijo y me miró como me miró, juré que jamás volvería a su casa, porque en una de esas miradas intimistas podía perder hasta el yoyo, lo cual ya sería una barbaridad después de tantas pérdidas que había sufrido en los últimos años. De verás, cabrón, tenía un pánico brutal volver a encontrarme con esa mirada que sacudió todas mis entretelas, y cuando digo todas, es que fueron todititas. Con decirte, cabrón, que fue tan fuerte la impresión de su mirada, que esa noche soñé que un negro, de colosal envergadura, me persiguió y no precisamente con un cuchillo en la mano. Seguramente esa noche a mi pata de palo le salieron alas, porque jamás me dejé alcanzar, aunque te confieso que estuvea punto de dejarme apergueñar… Pero a pesar de los pesares, cabrón, volví a recular: volví al día siguiente, como vuelven los gallos de la pasión en procura del oscuro objeto del deseo… Y no creas que por ello soy un pinche inconsecuente, como no lo fui nunca, te consta… Reculé, pues, cabrón, porque, como te dije, estaba muy necesitado de ayuda… Y así, poco a poquito fui acostumbrándome a sus ojos verdes, ay, tan penetrantes y lascivos, aunque no pocas veces esos ojazos me obligaron a dialogar con la parte opaca de la media luna de mi corazón… Pero para no hacértela larga, cabrón, una tarde brumosa y muy fría me propuso que me sometiera a una cura de hipnoterapia. No esperó mi respuesta. Empezó a caminar doctamente como lo hiciera Sócrates en su día, y en la travesía empezó a leer en voz alta el primer capítulo de La Interpretación de los Sueños de don Segismundo. Sus pasos eran acompasados por una bata terciopelo blanca, que hacía juego con unas pantunflas azules. Se detuvo en forma intempestiva, volvió a mirarme intensamente a los ojos, me tomó la mano y me atrajo hacia él, tan cerquita que sentí el golpe de su aliento susurrándome al oído; “Si te dejas, daddy belle, te voy a liberar en pocas semanas de esos fantasmas izquierdistas que te provocan ese sentimiento de culpa que no te deja vivir ni morir… Yo sólo alcance a medio contestarle, porque el aire se me había ido: “Es que yo…” No me dejó terminar. Me puso el dedo meñique en los labios, enseguida dio un paso atrás, para darme una palmadita, al tiempo que se inclinó para decirme algo que sentí como una orden: “Te espero mañana en mi diván…” Un impulso irrefrenable me obligó a tomar las de Villadiego. Empecé a caminar deprisa para ganar la calle, quería  librarme cuanto antes de ese embrujo que me tenía al borde del ataque de nervios; pero mi pata de palo tropezó con algo que parecía un balón de futbol, y fui a dar a la mierda. Caí hecho liacho en el piso. Tan aparatosa fue la caída que un perro interrumpió su siesta para mirarme con ojos de conmiseración…Me levanté temblando de vergüenza, de impotencia, de miedo, y de nuevo empecé a caminar. Cuando trasponía la puerta de la casa, me gritó imperiosamente: “Te espero mañana a las cinco de la tarde…” “A las cinco de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos…”
Para qué te cuento lo que sufrí esa noche, cabrón. Te juro que si hubiera tenido el valor de cortarme el pellejo lo habría  hecho de su sólo tajo, pero…pero ya basta de tanta pinche quejumbre, porque nada gana uno con andar contando mis vergüenzas. Pero volviendo a nuestro espinoso asunto: como debes imaginártelo, sobre todo porque me he convertido en un viejo reculón, ese día fui a la terapia y luego el siguiente, hasta que los encuentros pudieron espaciarse a un día por semana. Su consultorio era un portento de erudición. A los lados tenía las paredes repletas de libros en hermosos estantes de fina madera. En la izquierda estaban ordenados todos los libros de psicología habidos y por haber; resaltaban por supuesto los libros de Freud y uno que otro de Lacan. En la pared derecha estaban los libros de una inmensa variedad, ahí convivían Marx, Hegel, Adorno y Horkheimer  con Newton y Einstein, Hawking y Weinberg;  Proust, Octavio Paz y Borges con Galileo, Da Vinci, Kant y Bill Gates;  Estaban también Camus, Unamuno, Sartre, Edgar Morin… De verás, cabrón, ahí estaban juntos  todos los grandes pensadores de Occidente. Al frente estaban alineados unos cuadros bellísimos de Lacan, Freud, Maslow, Breuer, Jung, Watson, Pavlov y Skinner. Al centro de esa galería había uno cuya  fotografía estaba  de cara a la pared. ¿Quién era ese personaje? La verdad nunca lo supe, pero desde que lo vi en posición de castigado, quedé muy intrigado… Su escritorio, de caoba tallada, tenía una Macintosh al centro, y el resto eran papeles y más papeles en un desorden tal, que sólo adquiere orden a los ojos de quien está embarcado en alguna investigación de gran calado. En la parte de atrás estaba el diván. A diferencia del diván freudiano, éste le permitía al terapista no quitarle los ojos de encima a su cliente; y aunque todo mundo se cabrea al principio, luego uno se acostumbra al éxtasis que te produce que un hombre te esté mirando a los ojos, porque se repente esa embriaguez te conduce al tiempo primordial en el que todos éramos hermafroditas…. Total, cabrón, estuve en ese pinche consultorio dos años y medio; óyelo bien, dos años y medio; que era a la sazón un suntuoso consultorio que todo lo sabía, que todo lo oía; un consultorio que todo lo acostaba; un consultorio, cabrón, que lamentablemente todo lo decía…
Pero el tiempo que perdí contándole mis miserias a ese vato, me valen madres; porque el tiempo a mi edad es humo y olvido, ceniza  y nostalgia, que desde la horilla le hacen un guiño al sentimiento de culpa. Lo que sí lamento hasta las lágrimas, es que este  hijo de su pinche madre me haya balconeado. Cuando supe de sus  infidencias se me cayó el alma al piso, cabrón… Y no era para menos, le había contado al psíquico santo y seña de todas aquellas inmoralidades que hasta un hombre de la peor ralea calla por vergüenza y porque requiere legar a la posteridad la imagen de un hombre íntegro para regodeo de la familia y, sobre todo, para concitar la envidia de sus enemigos políticos. Si bien la culpa de todo este affaire la tengo yo por andar de hocicón, pero ello no justifica que este pinche mequetrefe haya faltado al secreto profesional que un día seguramente juró al borde del llanto: Ne divulguerapas les aveux de mes patients …Que no dijo de mí, cabrón, que no dijo…Sólo te comentaré de pasada tres de las peores infamias que desparramó entre mis enemigos, marranadas que no tardaron en saberlas mis hijos… Juró y perjuró que yo le había confesado que había pagado los estudios de la universidad con mi febril actividad de mayate;  que me había convertido en policía político desde la última calentada que me prodigó la Brigada Blanca; que había matado a mansalva a un desdichado policía para quitarle la pistola, cuando este pobre obrero del gatillo solamente traía colgado a la cadera un inofensivo tolete.
Además afirmó que yo estaba loco de remate; que no se me fueran a acercar por ningún motivo. Que él me había visto como Dios me trajo al mundo, correteando aviones por el Boulevard Plutarco Elías Calles. Y ocurrió, como siempre, el último en saber que este boquiflojo me estaba difamando fui yo… Cuando me enteré que mi reputación era devorada por el cotilleo, el mundo empezó a darme tatahuila…Era tal mi depresión que cuando veía platicar la gente, creía que estaban hablando mal de mí; y si alguien se reía, presumía que se estaba riéndose de mí. Y si callaban… si me hablaban… si me saludaban…Si… sentía que se me helaba la sangre de impotencia, de vergüenza… En esos días enflaque quince kilos; y si no hubiera sido por la ingesta de Prozac, quién sabe cómo me hubiera ido… Y ya estarás preguntándote si fui a partirle la madre ese pinche mercanchifle, porque en Sonora a los difamadores les cortamos la lengua hasta la epiglotis, y no solamente la lengua. Pero no fue así cabrón, y no porque no lo haya deseado con toda el alma; no fui a escupirle la cara a ese cabrón, porque ya estaba postrado en esta pinche cama, que a estas alturas ya se ha convertido prácticamente en mi ataúd… Por eso no fui a partirle la madre a ese hijo de la chingada. No te miento, un día de esos intenté ir a cobrar venganza: Me levanté; me puse mi pata de palo; pero, ay, mis cansadas canillas no soportaron… y rojo de rabia volví a tirarme en la tarima, que bien vista era ya un lecho de Procusto
Qué porqué me balconeó este bato, tal vez nunca llegaré a saberlo…, aunque he creído que esas  invectivas fueron una forma tardía pero inmensamente cruel de cobrar venganza  por haberlo expulsado de las filas de la revolución proletaria. ¿Acaso nunca olvidó aquel juego de egos insuflados de nuestra tormentosa adolescencia? Ve tú a saberlo… Pero también he creído que despotricó esas marranadas porque a golpe de diván tuvimos acérrimas  discusiones, al grado que estuvimos a punto de liarnos a chingazos. Esta hipótesis es verosímil, porque ya para la tercera sesión, yo había recuperado el habla, esa que arrebató cuando un día me sedujo con el verde de sus ojos, con su culta verba de analista y, claro, por sus grandilocuentes propuestas de alivio pronto y expedito. Particularmente el debate adquirió ribetes de cruzada cuando, no me acuerdo por qué, le argumenté que Nietszche era más chingón que su pastor. De inmediato me reviró en francés, no sin jiribilla: “Votrehérosest plus fou que d’unechèvredans la glace, et dites-moiqui tu et vousdiraiqui tu es …” No supe lo que me dijo, pero intuí que era una ofensa, ypa’ pronto, cabrón, se armó la escandalera: empezamos a echar mano a los fierros como queriendo pelear… Pero haiga sido como haiga sido, como dijera un clásico, lo cierto es que soy la comidilla de troskos, maos, comunistas, exligos y otras yerbas, que por cierto han empezado a experimentar proceso de extinción. Es cierto, la mayoría de esa infame fauna se ha muerto o está inmovilizada por alguna enfermedad terminal, pero los pocos que quedan todavía, son una manada de zopilotes que se han vuelto expertos en hacer jirones hasta la reputación de un santo, cuantimás la mía que ha sufrido algunas abolladuras en ese laberinto terrenal que te conduce a cientos de callejones sin salida… Nomás de imaginarme cómo estarán graznando sobre mí presunto pasado cacófilo, me rehierve el corazón de cólera. Y no me los creas, pero seguramente no faltará quién afirme, entre risas y burlas, que todavía le hago a la carne de cochi, por aquello de que perro que da en comer hocicos, aunque le quemen los huevos… Una tras otra, cabrón; una tras otra… Y así sucesivamente.
Pero vayamos al grano, cabrón; para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo. Quiero pedirte un favor kilométrico, porque de mi honra se trata… Quiero que vayas a Hermosillo para que recojas la cinta grabada y una versión corregida de las confesiones que le hice a este pinche gesticulador… Seguramente te estarás poniendo de a seis rascándote la calva, y murmurando un quéqué… Tenme calma, déjame explicarte, por favor: No sé por qué razones, y digo razones, mi sexto sentido me ordenó que grabara de cabo a rabo todas las sesiones de análisis, supongo que, mi bajo sexto, lurio como es, pretendía que hiciera alguna versión corregida y aumentada de El día en que Nietszche lloró  de Irving D. Yalom o de El fin de la Locura de Jorge Volpi. Pero ve tú a saber, pero más allá de lo que haya deseado mi inconsciente, que nunca se resignó a que yo fuera un don nadie, lo cierto es que tengo este material grabado y vuelto a grabar. Pero déjame decirte algo más: cuando empezó a difamarme este hipnotizador de mierda, hice a duras penas una versión a modo de esas confesiones, con el propósito de publicarlas. La motivación no era menor: estaba decidido, como lo estoy ahora, a encarar las pinches mentiras que estaban enlodándome hasta el occipucio. Pero como no me alcanzó el tiempo, porque la muerte me trae hecho la mocha, cabrón; por eso acudo a ti para que  hagas un tiraje de unos cien ejemplares: la gente debe saber que nunca le dije al  psicoanalista las mamadas que anda despotricando por doquier, pues  quiero, antes o después de irme, dejar en la historia la imagen de una persona honorable, y no la de un sujeto cuya dignidad ande rodando por ese fango donde son triturados los pecadores estándar, hasta convertirlos en sujetos que deben ser colgados de los güevos por la comisión de actos lesa inmoralidad. Hazlo, cabrón, hazlo por mí, cabrón; hazlo por tu amigo, por tu maestro, por tu dirigente; y sobre todo, hazlo por este pinche muerto que quiere descansar en paz, por un muerto que ya ardió de cuerpo entero en los infiernos de sus desventuras terrenales, hazlo por un muerto que, si no es reivindicado, andará como ánima en pena, llorando porque no le dio su merecido a sus pinches malquerientes, que no son sido pocos… (El final del párrafo esta ilegible, tiene una mancha amarilla, seguramente de un  café code de origen chiapaneco…)
Tu amigo, tu profesor,  tu dirigente.