ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ
Recién llegado de Denver, Colorado, nos citó a su casa a amigos músicos, algunos compositores y a otros colados, como yo. Fue una fiesta que nos regresó al pasado, un pasado que nunca debió irse porque la calidad de sus interpretaciones nos hizo recordar que el rock, la salsa, la bachata y las baladas, en inglés y en español, que un día se fueron, pero se quedaron para siempre en nuestros corazones.
Como a eso de las 9. 30 de la noche Enrique Aguilar nos estaba esperando en la puerta de la casa con los brazos abiertos. Fuimos llegando poco a poco. A la media ya estaban Casimiro Zamudio, Kiki Aguilar JR, Andrés Valenzuela, Hugo Benítez, Ramón kiki Martínez, Gerson Léos, Omar Ríos , Alán Amezcua, Roberto Rocha, todos excelentes músicos de años 60s, 70s y hoy de nuevo vigentes que vale trasciende el tiempo.
Y como dicen los periodistas de la revistas del corazón, en ese sarao sólo había, digamos, dos voces “autorizadas”, la salsera de Enrique Aguilar y la del baladista Roberto Rocha. Y qué voces, pero ante el gusto de vernos juntos después, de por los menos, 20 años, todos cantamos y hasta bailamos. Y eso que la reunión se parecía al Club de Toby.
Fue un Fiestón, con mayúscula, y sólo había un teclados y una guitarra; pero los más doce músicos que se congregaron hicieron un arcoíris de percusiones, con lo que encontraron a mano: maracas, güiros, timbales y qué sé yo de lo que ellos saben a rabiar. Al ver ese espectáculo me acordé de José de Molina, que una de sus canciones señaló: “El latinoamericano de todo hace un instrumento, pues tiene temperamento”.
LOS INELUDIBLES RECUERDOS.
Le pasaron revista a Santanna, los Rocking Devils, los Moonligts, los APSON y a una infinita lista de grupos y cantantes de aquella época dorada. Hablaron de los músicos y cantantes norteamericanos que tocaban en esos años en Tijuana, y que siempre les permitieron echarse sus palomazos cuando ellos apenas incursionaban en el pentagrama del rock.
Y entre canción y canción, como el Breve espacio en que no estás, Yolanda y uno que otro oldie, la mayoría recordó el año en que hicieron su arribo a Mazatlán. Y como por arte de magia salieron a relucir las tardeadas en el Muralla y en el Mauna Loa. Alguien señalo: “Había grandes tardeadas el domingo en el Club Muralla y tocaban hasta cuatro grupos. También estaba el Mauna Loa, ahí llegaba todo mundo, se atascaba, era un ambiente buena onda y lo bueno de esa época era que todos tocábamos diferente.
Y yo pensé: Gracias a esa gran diversidad venían oleadas de jóvenes estadounidenses a Mazatlán para encontrar una especie de paraíso. Ellos nos contagiaron con sus ideales y protestas: la juventud adoptó unas de las más activas e impresionantes medidas para convocar protestas sociales,
que incluyeron nuevas modas en su vestimenta y utilizaron como nadie lo había hecho, la música de rock como el vehículo ideal para sacar sus ilusiones y frustraciones.
DEBUT Y DESPEDIDA.
Fue hasta donde se pudo una fiesta en la que se tomó agua bendita hasta donde se pudo. Y digo hasta donde de pudo porque después se tomo con recato un poco de alcohol, se fumó poco y eso si encendimos los recuerdos y nos los fuimos fumando.
Casimiro Zamudio fue el primero que se despidió. Hasta que se fue desgranando la mazorca hasta quedar en silencio lo que fueron cantos, risas, recuerdos, chistes. Todos dijimos, al despedirnos, nos vemos el año que viene: la fiesta tiene que reiniciar.
Ojalá que turismo pueda traer a tocar a Mazatlán a Enrique Aguilar y a su tremenda orquesta salsera de Denver, Colorado, para hacer de Olas Altas una gran Bohemia que llegue hasta la Zona Dorada. Adiós Enrique Aguilar, nos vemos el próximo año.