AHORA QUE CUMPLI SESENTA Y TANTOS AÑOS.

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EL VIVO SE HUNDE, PERO EL MUERTO FLOTA.

ELIO EDGARDO MILLÁN V.

Por esas cosas raras de la existencia, esa  tarde era un momento propicio para el reencuentro con el recuerdo. Son esas tardes de invierno en las  que el frío sopla entonando un cántico agridulce, que suele hacer dueto con nubes errabundas y pájaros que vuelan en reversa. Ay, en esas tardes como duele el alma; su dolor nos devuelve al llanto primordial; sí, a ese llanto que un poeta definió con un verso arrabalero: “Cuando quiero llorar no lloro/ y  a veces lloro sin querer”. Y en esa cascada de lágrimas que anegan la glándula del sentimiento, los ojos se tornan intensas fogatas que alumbran sin piedad al baúl de la existencia, a ese libro abierto  que los años y los días han hecho jirones

 

            En esas tardes perladas de azul, la nostalgia se precipita en cascada hasta el fondo del desfiladero, para restregarnos en la máscara que traemos como rostro, lo que no fuimos, lo que quisimos ser y lo que ya no seremos… Es un recuerdo que no pide permiso a la memoria, simplemente emerge, sin diques ni amarras, cuando la vida se ha nos ido por la  inmensa coladera del tiempo, al trocar la juventud en una impúdica chochez que anuncia sin piedad  la llegada de los sesenta y tantos. Y no es para menos, saberte casi septuagenario: es un dolor que te hace arder en una flama que te arranca el aliento y, que no pocas veces, te impele a buscar juventud de tu pasado, como diría el bardo José Alfredo Jiménez.           

 

Tal vez la nostalgia sea un mecanismo de defensa del inconsciente que procura mantenernos ocupados mascullando evocaciones, con el objeto de llenar el hoyo negro que habré sin retorno una vez que la existencia adquiere perfiles vegetales; es decir, cuando todo lo quieres, pero ya nada puedes. Y no es, por tanto, que la vejez sea una escuela de prudencia, como afirman los santurrones de doble moral. No que va… Por eso justamente ahí donde los moralistas hablan del arribo al deber como efecto de maduración por la edad, no es más que la manifestación de una voluntad rendida que ya no puede o ya no cree poder.       

 

            Como el día en que escribí esta prosa estaba deprimido hasta el lloriqueo, a los días inventé una canción que me reivindica, que se llama sesenta y tantos años, y la compuse porque creo que la vejez no es un tiempo de rendición, sino un tiempo para reinventarnos. Corre la canción sesenta y tantos años.