Ahora hablan de 120 mil muertes al llegar a noviembre, y nadie hace nada 

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FRANCISCO CHIQUETE

 

¿Cuántos mexicanos esperan ver morir antes de hacer algo?

 

Cuando empezó esto, muchos nos escandalizamos porque el subsecretario Hugo López Gatell estimó que la pandemia nos costaría entre cinco mil y siete mil muertes. Pero la cifra se rebasó con creces y en lugar de reconocer la falla de la estrategia, se dejó de establecer ese tipo de metas.

 

Un cálculo independiente dijo que para julio alcanzaríamos el rango de treinta mil víctimas y las autoridades se enojaron. Después hubo otra que calculó sesenta mil muertes para agosto. Es muy probable que en la primera semana de este mes se llegue a los cincuenta mil. Y de ahí pa’l real.

 

Anoche en un video producido en España, una científica mexicana citó el estudio de un especialista del MIT: ciento veinte mil muertos al llegar a noviembre.

 

Es una pandemia, es decir, un problema mundial, pero si bien las autoridades mexicanas no son responsables de su aparición, su responsabilidad es buscar a toda costa las mejores formas de encontrarla y esa falta de acción ha generado un fuerte debate nacional. Por desgracia es un debate viciado en que los argumentos científicos son los que menos se toman en consideración.

 

Hace unas semanas, ante las críticas a López Gatell, una destacada bióloga y ecologista enfrentó el asunto recordando que en México son muy altos los niveles de las comorbilidades, es decir, las enfermedades crónicas que vuelven a la población más vulnerable ante el ataque del Coronavirus 19: los anteriores gobiernos dejaron que la industria alimentaria dictara la dieta nacional y fomentó los espantosos niveles de obesidad, diabetes, colesterol, triglicéridos y las secuelas de cardiopatías y enfermedades renales. Todo absolutamente cierto. Todo lo había esgrimido ya López Gatell en sus intervenciones públicas de defensa. Pero todo eso es algo que ya se sabía, que viene ocurriendo desde hace muchos años, y lo menos que espera uno es que en la estrategia de combate a la pandemia, se hubiesen tenido claros esos factores y se hubiese actuado en consecuencia. Pero no. Lo que se hizo al final fue convertir al gobierno en espectador de la alta mortandad que hoy nos escandaliza y nos indigna, aunque no a todos: el diagnóstico oficial es que vamos bien, que la curva ya se aplanó.

 

Esta discusión, de la que algo debería salir, queda en nada porque los seguidores del gobierno toman el disenso como agresión política, y los opositores aprovechan para convertir la inconformidad en golpeteo preelectoral, y por ahí se van los dos bandos, enconándose.

 

Mientras tanto el subsecretario se da el lujo de amenazar a los gobernadores (no sin decirles que los respeta, por supuesto) y el presidente Andrés Manuel López Obrador prefiere relacionar el problema de salud con el combate a la corrupción, lo que de paso deja fuera de discusión el asunto tan espinoso de la economía.

 

¿Y la sociedad? ¡Muy bien, gracias! Ayer la carretera México-Cuernavaca estaba pletórica de gente que regresaba a la capital una vez terminado su “fin”; las playas mazatlecas parecían estar en semana santa y así por todos lados, muchos sin la mascarilla, por supuesto.