A D I C C I O N E S (1de 2)

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ELIO EDGARDO MILLÁN VALDEZ.

UN PAR SIN PAR…

Afirma una conseja popular que la virtud y el vicio están hechos de la misma materia: la repetición. Esta preciosa joya de la sabiduría popular ha sido teorizada como el eterno retorno de lo mismo, que en líneas generales supone que todo se repite y que interminablemente todos nos bañamos en el mismo río. Todo vuelve, nos dirían, porque volver es lo nuestro.

Octavio Paz respondió a esta afirmación como él sólo sabía hacerlo: “Sí, todo vuelve; pero en cada vuelta no volvemos los mismos ni volvemos a lo mismo”. Esta idea supone que nosotros los humanos siempre somos otros y que sólo nuestra sombra permanece idéntica así misma. Machado nos lo expresó con maestría: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar; porque nadie se baña dos veces en el mismo río, diría el viejo Heráclito.

Sin abundar mayormente en ambas cosmovisiones, bien vale una síntesis de ellas: somos a un tiempo otros y los mismos, somos tiempo congelado y tiempo fluido: cambiamos para permanecer y permanecemos para cambiar. Somos, pues, guijarros rodantes que amamos, soñamos y, en esa doble condición, giramos en y hacemos girar al universo y, en cada vuelta, una historia, una esperanza y mil lágrimas. Somos, en fin, lo que no queda y lo que no cambia, aunque…

CUANDO QUEDA LO QUE NO CAMBIA.

Con un propósito subversivo José de Molina, cantó alguna vez: “Comencé como jugando/ así por casualidad/ y hoy se ha ido convirtiendo/ en una nece(si)dad…” Este cuarteto dice mucho más de lo que nuestro trovador supuso: porque este rejuego es un juego muy serio: porque esa casualidad tiene como catapulta la búsqueda de la “trascendencia”: las personas huyen de la vaciedad de la vida y/o por que buscan encontrar un nuevo el ropaje para cambiar la “circularidad” de su identidad. Esta búsqueda-huida, por supuesto, navega en una balsa cargada torrentes emocionales de los que buscan un nuevo puerto creyendo que la vida está en otra parte…

El tráfago del pensamiento itinerante, insomne hasta la vigilia, suele coagularse, no pocas veces, en la estación de un tren sin pasaje de regreso: queda atrapado en nuestro sistema computacional, a través de un misterio muy parecido al acto que produce la fecundación: la casualidad, el azar, el sin querer queriendo, pero siempre en un contexto de posibilidad; pues para que aniden como programas aquello que “comenzó como jugando…” se necesita cierta apertura de nuestro sistema computacional. Seguramente la vena que vincula, comunica y traslada la información de un sistema a otro es nuestro entramado emocional que es, sin lugar a dudas, anterior al pensamiento y, por supuesto, al lenguaje.

Vale decir que este salto no es predecible. En principio no se sabe si el “paciente” está aún en la etapa del juego “identitario” o está de plano en la adicción, pues entre el umbral que define la voluntad de la búsqueda a una “voluntad” que nos busca, nos encuentra, nos arrastra y nos frontera demasiada borrosa. En este interregno todo puede pasar: caer o no caer en la adición depende tal vez de un “grito” a tiempo o de un factor que precipite la caída; quizá nunca sabremos el porqué unos se devuelven de ese umbral y, otros, ay, quedan convertidos en estatuas de sal. Y lo mismo ocurre en el período de adicción: nunca se sabe por qué unos dejan el “vicio” y otros quedan anclados para siempre en el círculo vicioso de lo mismo.

EL ETERNO RETORNO DE LO MISMO.

Una vez que se ha caído en las garras de la virtud y/o el vicio, la vida se despliega a través de un sístole y un diástole de eterna e infernal repetición: displacer/placer-placer/displacer, pero sólo a condición de proveerle al monstruo de la adicción la cuota humanidad que le permite alcanzar la tensa calma, antes de que nos devore toda muestra humanidad en el pantano de la ansiedad. Las drogas, la adrenalina, la rutina, el trabajo, el sexo, el tabaco, el espejo, la defensa de algo contra algo y un numeral de etcéteras, son uno de los tantos calmantes que nos permiten no morir del todo, aunque en cada sorbo del monstruo muramos un poco todos los días. El manco de Lepanto diagnosticó que la locura del señor de La Mancha, había ocurrido a fuer de leer libros de caballería.

Se ha dicho que la adicción ocurre cuando las personas han “quemado” todos lo goces que experimentaban en la hoguera de un placer único que, por imperio de una morbosa necesidad, se convierte en una poderosa máquina del deber. Esta definición es cierta, pero no es menos cierto que muchas de las adicciones son “plurales”, y pueden identificarse a través de una serie de roles que sujetan a los sujetos a una serie de rituales que los hacen tan idénticos a sí mismos que no pueden engañarnos. Tal vez el concepto de adicción debiera definirse, en principio, como la incapacidad de las personas para reinventarse , toda vez que su cógito quedó hecho trizas o al menos paralizado en la rueda de molino que sólo sabe girar sobre su propio eje, al menos en los casos más severos de la adicción.

Porque además esta definición de adicción amplía el arco de comprensión de otros “desenfrenos” que suelen concitar aplausos. En efecto, en ella pueden encuadrarse no solamente las rutinas de lo que la sociedad denomina vicios, también pueden situarse en ella las virtudes de los santos, los héroes y los genios, de esos cruzados del compromiso que perseveran día tras día, como ecos de la rutina primordial: la refundación del mundo, aunque para lograrlo primero tengan que incendiarlo e incendiarse. Y qué decir de los científicos que mueren y viven en y por sus rutinas “especializadas”, rumiando en el pantano de su “objetito” de estudio, ay, alejados de la complejidad del mundo, del que nada saben, del que todo ignoran…No cabe duda, hay virtudes que matan, aunque merezcan atronador el aplauso de la gente bien…